Decían que era materialmente imposible que el Papa encontrara un hueco para peregrinar, en este Año Santo, a Santiago de Compostela... Y además, quiso consagrar personalmente en Barcelona el templo, ya basílica, de la Sagrada Familia. Fueron poco más de 30 horas, pero repletas de momentos, gestos y discursos que dejan una huella llamada a perdurar durante siglos. «Nos veremos en Madrid el año próximo», se despidió el domingo, anunciando ya la que será su tercera Visita a España en sólo cinco años. La pregunta era inevitable: «¿Por qué este privilegio? ¿Es un signo de amor o de particular preocupación?» ¿O tal vez las dos cosas...?
«Europa ha de abrirse a Dios, salir a Su encuentro sin miedo». Junto a la tumba del Apóstol, muy cerca de donde Juan Pablo II exhortó a la vieja Europa, en 1989, a ser fiel a sí misma, el sucesor de Pedro pedía «que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa».
En Barcelona, la consagración de un templo de inigualable belleza ofreció al Papa la ocasión de proclamar que «Dios es amigo de los hombres», y que, «si el hombre deja entrar a Dios en su vida y en su mundo, si deja que Cristo viva en su corazón, no se arrepentirá».
La belleza da testimonio de la verdad, y la creatividad de Gaudí muestra que «el secreto de la auténtica originalidad», como decía el arquitecto, «está en volver al origen, que es Dios», un Dios «que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre». Y orientar la vida hacia ese Dios-amor es también el secreto de la auténtica humanización de la sociedad. Las televisiones de todo el mundo dejaron constancia gráfica al difundir las conmovedoras imágenes del Papa con niños y jóvenes discapacitados del centro Niño Dios. «La Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina», había explicado el sábado Benedicto XVI.
Son tiempos de nueva evangelización. El Papa ha creado un nuevo dicasterio para impulsarla, con España muy en su pensamiento. «España ha sido siempre un país originario de la fe», dijo en la rueda de prensa, a bordo del avión, rumbo a Santiago; un país que impulsó «el renacimiento del catolicismo en la época moderna», en tiempos que tampoco fueron nada fáciles, gracias a figuras como san Ignacio, santa Teresa y san Juan de Ávila. «Pero también es verdad que en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad se realiza hoy nuevamente en España», constató con preocupación. «Por eso, para el futuro de la fe y del encuentro (¡no el desencuentro!, sino encuentro -enfatizó el Papa-) entre fe y laicidad, tiene un foco central también en la cultura española».
Benedicto XVI dejó en todo momento claro su confianza en la vitalidad de la Iglesia en España, pero también advirtió que no venía a visitar sólo a los católicos. «He deseado abrazar a todos los españoles -confesó en al despedirse-, sin excepción alguna».
Algunos han dado sobradas muestras de que no están dispuestos a dejarse abrazar fácilmente. Pero ningún gesto feo, ningún desplante ha podido enturbiar esta Visita del Papa, ni tampoco alterar su sonrisa, imborrable pese al cansancio por el sobreesfuerzo de estos días. La ingratitud es uno de los gajes de la nueva evangelización...
Fuente: Alfa y Omega
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