Ayer, 26 nuevos Guardias suizos prestaron juramento en la Ciudad del Vaticano, acompañados por sus familiares. La ceremonia se llevó a cabo en el Aula Paolo VI ante la presencia de los representantes del Estado Helvético y Pontificio y de numerosos cardenales y obispos, que recibieron el saludo de Benedicto XVI a la hora del Regina Coeli.
“Servir fiel, leal y honorablemente al Sumo Pontífice”, es la fórmula repetida por cada uno de los alabarderos en su propia lengua madre, renovando de este modo el antiguo lema de la Guardia Suiza Pontificia. Con esta solemne ceremonia se volvieron a recordar a los 147 soldados helvéticos caídos heroicamente el 6 de mayo del lejano año 1527, durante el llamado “Saco de Roma”, para defender al Papa Clemente VII del asalto de los Lansquenete, es decir de los mercenarios alemanes que operaron entre los siglos XV y XVII.
Y esta mañana el Santo Padre, al recibir en audiencia a todos los miembros de la Guardia Suiza Pontificia, con sus familiares y amigos, les dirigió un saludo cordial en alemán, francés e italiano, en que dio su bienvenida, de modo particular, a los nuevos reclutas así como a las Autoridades suizas que viajaron a Roma para esta feliz circunstancia. A los queridos Guardias el Papa les recordó que tienen el privilegio de trabajar, durante algunos años, en el corazón de la cristiandad y de vivir en la Ciudad Eterna.
Por esta razón, junto a quienes participaron en la ceremonia de juramento de ayer y en la peregrinación a las Tumbas de los Apóstoles, Benedicto XVI les deseó que experimenten aquí, en Roma, la característica de la universalidad de la Iglesia “para fortalecer y profundizar su fe, sobre todo mediante los momentos de oración y con los encuentros que caracterizan estas jornadas”.
Su Santidad no dejó de recordarles que las funciones que desarrolla la Guardia Suiza constituyen “un servicio directo al Sumo Pontífice y a la Sede Apostólica”. Y afirmó que es, por tanto, motivo de vivo aprecio el hecho de que algunos jóvenes “elijan consagrar algunos años de su existencia en total disponibilidad al Sucesor de Pedro y a sus colaboradores”. Porque como subrayó Benedicto XVI su trabajo se coloca en el surco de una indiscutida fidelidad al Papa, que llegó a ser heroica con ocasión del llamado “Saco de Roma” de 1527, cuando, el 6 de mayo, sus predecesores sacrificaron su vida. El Santo Padre también destacó que este servicio peculiar no podía entonces, ni puede ahora realizarse sin las características típicas de cada componente del Cuerpo, a saber: “firmeza en la fe católica, fidelidad y amor hacia la Iglesia de Jesucristo, diligencia y perseverancia en las pequeñas y grandes tareas cotidianas, valor y humildad, altruismo y disponibilidad”. Virtudes, todas estas, de las que debe estar henchido su corazón cuando prestan el servicio de honor y de seguridad en el Vaticano.
Tras recomendarles que sean atentos recíprocamente, para sostenerse en el trabajo diario y para edificarse, conservando el estilo de la caridad evangélica con respecto a las personas que cada día encuentran, el Papa les dijo que “para dar amor a los hermanos es necesario tomarlo del fuego de la caridad divina, gracias a momentos prolongados de oración, a la constante escucha de la palabra de Dios, y a una existencia totalmente centrada en el misterio de la Eucaristía”.
Y después de afirmar que el secreto de la eficacia de su trabajo aquí en el Vaticano, como también en cada uno de sus proyectos es su constante referencia a Cristo, el Papa recordó que algunos de ellos han sido llamados a seguir al Señor por el camino del sacerdocio o de la vida consagrada, respondiendo con prontitud y entusiasmo; mientras otros, en cambio, han coronado felizmente con el sacramento del Matrimonio su vocación conyugal. De ahí que Su Santidad diera gracias a Dios, fuente de todo bien, por los diversos dones y las varias misiones que Él les encomienda, a la vez que destacó que reza para que también quienes inician ahora su servicio puedan responder plenamente a la llamada de Cristo siguiéndolo con fiel generosidad.
Antes de impartirles su bendición apostólica, el Santo Padre concluyó sus palabras a estos queridos amigos, recomendándoles que aprovechen el tiempo que transcurran aquí en Roma, para crecer en la amistad con Cristo, para amar cada vez más a su Iglesia y para caminar hacia la meta de toda verdadera vida cristiana que es la santidad. Por esto pidió que la Virgen María, que honramos de modo especial en este mes de mayo los ayude a experimentar cada día más esa comunión profunda con Dios, que para los creyentes inicia en la tierra y será completa en el Cielo.
Cabe destacar que ayer, en el Aula Paolo VI del Vaticano, entre otros, se encontraba el nuevo embajador de Suiza ante la Santa Sede, Paul Widmer, y el sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Giovanni Angelo Becciu. Por su parte, el coronel del cuerpo, Daniel Rudolf Anrig, en su discurso a los nuevos reclutas, destacó el tema de la obediencia. “Como hombres libres –dijo– prestamos un servicio voluntario a la Santa Iglesia, por el cual, también en nuestra patria cada vez más se empeñan menos personas”. Y añadió que “para servir al Sumo Pontífice, son necesarios por una parte, la convicción de que prestar servicio no equivale a trabajar y, por otra, la justa mentalidad de la entrega”.
En cambio el capellán de los Guardias Suizos, Mons. Alain de Raemy, en su reflexión retomó las palabras que el Santo Padre Benedicto XVI dirigió a los sacerdotes durante la homilía de la misa del pasado Jueves Santo, en que el Papa dijo: “Con esto empeño se requiere la superación de nosotros mismos, una renuncia a lo que es sólo nuestro, a la tan enarbolada autorrealización; se requiere que yo no reivindique mi vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo; que no me pregunte, por tanto, que obtengo para mí, sino más bien qué puedo dar yo por Él, y así por los demás”.
Antes de esta ceremonia, durante la Santa Misa celebrada en el altar de la Basílica de San Pedro, el Cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, había recordado a los nuevos Guardias Suizos la importancia de ser testigos de Jesús. En su homilía el Purpurado afirmó que el sentirse unidos a Jesús les hace ver su papel en la justa perspectiva, en su dimensión espiritual y eclesial tanto cuando están en su lugar de guardia, como cuando están de reposo, o de salida libre.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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