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jueves, 12 de abril de 2012

EL PADRE FORTEA PROPONE RECUPERAR EL USO DEL TENEBRARIO




Reproducimos publicación del Padre Fortea en la que argumenta su propuesta de recuperar el uso del tenebrario

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El tenebrario (en latín tenebrarium, en inglés hearse) era el candelabro que se usaba en el Oficio de Viernes Santo antes del Vaticano II. Durante ese oficio, todas las luces del templo tenían que estar apagadas, y en el centro lucía este gran candelabro, solemne, alto, con quince velas. Durante el oficio, al finalizar cada salmo, se iba a apagando una vela, así hasta que progresivamente toda la iglesia se quedaba a oscuras.


Era una ceremonia muy impactante en su simplicidad: un candelabro en el que se iban extinguiendo sus llamas.

El candelabro era un centro de luz, la luz de toda la iglesia. Una especie de solemne árbol de luz. La oscuridad que, poco a poco, se iba apoderando del espacio, era símbolo del triunfo de las Tinieblas, triunfo momentáneo. Pero las tinieblas eran tangibles, no una palabra en labios del sacerdote. La electricidad ha arruinado la belleza de este símbolo.


La actual liturgia del Viernes Santo me gusta más que la de antes de la reforma. Además, resulta claro que el antiguo oficio se hacía largo, pues consistía en una continua salmodia. Pero considero que sería una pena perder la belleza de los tenebrarios. ¿Cómo unir la actual liturgia y el antiguo objeto?


En mi opinión hay un modo muy simple. Aunque la liturgia sea la actual, nada impide que a la mitad del pasillo central se coloque un tenebrario allí donde los haya. Si a los fieles se les explica el sentido y la historia, ese objeto pasará a ser uno de los símbolos por excelencia del Viernes Santo.


Una de las cosas que siempre lamento, es que en Viernes Santo, acabado el oficio, todo el mundo abandona el templo. Digo que eso me da pena, porque la iglesia desnuda, sin la presencia del Santísimo, se convierte a esa hora del crepúsculo en un momento óptimo de meditación en el silencio. Los curas en ese momento solemos tener mucha prisa en cerrar las iglesias, y obrando así privamos a la gente de un momento óptimo para la oración, en un día que no es como otro cualquiera, un día especialmente sagrado.


Si explicáramos el sentido de quedarse a orar en una oración silenciosa, personal, habría gente (mucha o poca, no importa) que se quedaría. Insisto, no es el número lo que importa. Un par de personas, y aun una, justifican el que la iglesia quede abierta. Y más cuando si es una persona conocida, puede avisar al sacerdote para que vaya a cerrar la iglesia cuando acabe.


Y allí, en ese momento en que la gente se marcha y la iglesia queda casi en soledad, es cuando entra en juego el tenebrario de un modo más especial. Sería poéticamente precioso ver la iglesia casi vacía, con poca gente orando, aislada en los bancos, y con el tenebrario en el centro luciendo. Y todavía mejor si el sacerdote calculando la longitud de las velas del tenebrario, hace que éstas se vayan agotando por sí mismas a lo largo de la hora siguiente al fin del oficio.


Es decir, yo dejaría encendidas las velas antes del comienzo del oficio, y que se fueran extinguiendo por sí mismas una vez acabado el oficio, en un tiempo razonable. Todo esto, explicado al pueblo fiel, sin duda sería un aliciente para quedarse a orar. Y para todos (incluso para los que no se quedaran en la iglesia tras el oficio) sería un bellísimo signo cargado de poesía.


Si la corona de adviento es el gran símbolo del adviento, y el Cirio Pascual lo es de Pascua, el tenebrario sería el objeto que mejor simbolizaría ese impresionante día de la muerte de Jesucristo en la Cruz. Quedan testimonios de que el candelabro triangular para el oficio de tinieblas, se usaba ya en el siglo VII.


Además, el objeto, por sí mismo sería la causa de que algunas personas se quedasen a orar en la iglesia. Pocas veces, como en este caso, encontraremos un objeto que por sí mismo, por su mera presencia, provoque la oración.


Las quince velas simbolizan a los once apóstoles, las tres marías y la Virgen María. Es decir, aquellos que acompañaron a Jesús en aquel terrible día simbolizado por ese candelabro. De ahí que su significado también es: acompañemos a Jesús.


Pero lo que el párroco no debe hacer es mezclar la liturgia preconciliar con la actual. O se celebra una o la otra. Mezclarlas desvirtuaría ambas. Cada una de ellas debe ser realizada con toda pulcritud. Ningún presbítero está autorizado, además, para modificar por su cuenta lo mandado en las rúbricas.


Pero no atenta contra ninguna norma, la colocación de un objeto allá donde se tenga. Y menos todavía si se coloca en el pasillo central.


Lo que sí que deberían entender los párrocos, es la fuerza que tiene la luz dentro de un templo para mover a la gente a la contemplación. El crepúsculo dentro de una iglesia es una de las cosas más bellas del mundo. Su ritmo, su lentitud, el atenuarse de los colores, los haces de luz solar cada vez más nítidos, todo lleva a Dios. Y ese ambiente con un tenebrario en el centro supone una combinación admirable que, al menos, el día sagrado del Viernes Santo deberíamos aprovechar para la oración, o para dejar que otros hagan oración.


2 comentarios:

  1. No siempre el Padre Fortea me gustan sus opiniones, pero coincidio con él en este caso.

    Gracias Custodios!

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  2. Gracias por este providencial artículo, en el he encontrado palabras que dan voz a mi sentir.
    Este viernes Santo tenía previsto que las candelas se apagaran solas en mi tenebrario, aunque sea en mi propia casa, no quiero perder la oportunidad de acompañar a Jesús en esa noche.

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