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martes, 25 de diciembre de 2012

HOMILÍA DE BENEDICTO XVI EN NOCHEBUENA



Texto completo de la homilía de Benedicto XVI de la Santa Misa de Nochebuena de la Solemnidad de la Navidad: 

Queridos hermanos y hermanas 

Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme. 

Nuevamente me llega al corazón esa palabra del evangelista, dicha casi de pasada, de que no había lugar para ellos en la posada. Surge inevitablemente la pregunta sobre qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta. ¿Habría lugar para ellos? Y después nos percatamos de que esta noticia aparentemente casual de la falta de sitio en la posada, que lleva a la Sagrada Familia al establo, es profundizada en su esencia por el evangelista Juan cuando escribe: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,11). Así que la gran cuestión moral de lo que sucede entre nosotros a propósito de los prófugos, los refugiados, los emigrantes, alcanza un sentido más fundamental aún: ¿Tenemos un puesto para Dios cuando él trata de entrar en nosotros? ¿Tenemos tiempo y espacio para él? ¿No es precisamente a Dios mismo al que rechazamos? Y así se comienza porque no tenemos tiempo para él. Cuanto más rápidamente nos movemos, cuanto más eficaces son los medios que nos permiten ahorrar tiempo, menos tiempo nos queda disponible. ¿Y Dios? Lo que se refiere a él, nunca parece urgente. Nuestro tiempo ya está completamente ocupado. Pero la cuestión va todavía más a fondo. ¿Tiene Dios realmente un lugar en nuestro pensamiento? La metodología de nuestro pensar está planteada de tal manera que, en el fondo, él no debe existir. Aunque parece llamar a la puerta de nuestro pensamiento, debe ser rechazado con algún razonamiento. Para que se sea considerado serio, el pensamiento debe estar configurado de manera que la «hipótesis Dios» sea superflua. No hay sitio para él. Tampoco hay lugar para él en nuestros sentimientos y deseos. Nosotros nos queremos a nosotros mismos, queremos las cosas tangibles, la felicidad que se pueda experimentar, el éxito de nuestros proyectos personales y de nuestras intenciones. Estamos completamente «llenos» de nosotros mismos, de modo que ya no queda espacio alguno para Dios. Y, por eso, tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros. A partir de la sencilla palabra sobre la falta de sitio en la posada, podemos darnos cuenta de lo necesaria que es la exhortación de san Pablo: «Transformaos por la renovación de la mente» (Rm 12,2). Pablo habla de renovación, de abrir nuestro intelecto (nous); habla, en general, del modo en que vemos el mundo y nos vemos a nosotros mismos. La conversión que necesitamos debe llegar verdaderamente hasta las profundidades de nuestra relación con la realidad. Roguemos al Señor para que estemos vigilantes ante su presencia, para que oigamos cómo él llama, de manera callada pero insistente, a la puerta de nuestro ser y de nuestro querer. Oremos para que se cree en nuestro interior un espacio para él. Y para que, de este modo, podamos reconocerlo también en aquellos a través de los cuales se dirige a nosotros: en los niños, en los que sufren, en los abandonados, los marginados y los pobres de este mundo. 

En el relato de la Navidad hay también una segunda palabra sobre la que quisiera reflexionar con vosotros: el himno de alabanza que los ángeles entonan después del mensaje sobre el Salvador recién nacido: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». Dios es glorioso. Dios es luz pura, esplendor de la verdad y del amor. Él es bueno. Es el verdadero bien, el bien por excelencia. Los ángeles que lo rodean transmiten en primer lugar simplemente la alegría de percibir la gloria de Dios. Su canto es una irradiación de la alegría que los inunda. En sus palabras oímos, por decirlo así, algo de los sonidos melodiosos del cielo. En ellas no se supone ninguna pregunta sobre el porqué, aparece simplemente el hecho de estar llenos de la felicidad que proviene de advertir el puro esplendor de la verdad y del amor de Dios. Queremos dejarnos embargar de esta alegría: existe la verdad. Existe la pura bondad. Existe la luz pura. Dios es bueno y él es el poder supremo por encima de todos los poderes. En esta noche, deberíamos simplemente alegrarnos de este hecho, junto con los ángeles y los pastores. 

Con la gloria de Dios en las alturas, se relaciona la paz en la tierra a los hombres. Donde no se da gloria a Dios, donde se le olvida o incluso se le niega, tampoco hay paz. Hoy, sin embargo, corrientes de pensamiento muy difundidas sostienen lo contrario: la religión, en particular el monoteísmo, sería la causa de la violencia y de las guerras en el mundo; sería preciso liberar antes a la humanidad de la religión para que se estableciera después la paz; el monoteísmo, la fe en el único Dios, sería prepotencia, motivo de intolerancia, puesto que por su naturaleza quisiera imponerse a todos con la pretensión de la única verdad. Es cierto que el monoteísmo ha servido en la historia como pretexto para la intolerancia y la violencia. Es verdad que una religión puede enfermar y llegar así a oponerse a su naturaleza más profunda, cuando el hombre piensa que debe tomar en sus manos la causa de Dios, haciendo así de Dios su propiedad privada. Debemos estar atentos contra esta distorsión de lo sagrado. Si es incontestable un cierto uso indebido de la religión en la historia, no es verdad, sin embargo, que el «no» a Dios restablecería la paz. Si la luz de Dios se apaga, se extingue también la dignidad divina del hombre. Entonces, ya no es la imagen de Dios, que debemos honrar en cada uno, en el débil, el extranjero, el pobre. Entonces ya no somos todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre que, a partir del Padre, están relacionados mutuamente. 

Qué géneros de violencia arrogante aparecen entonces, y cómo el hombre desprecia y aplasta al hombre, lo hemos visto en toda su crueldad el siglo pasado. Sólo cuando la luz de Dios brilla sobre el hombre y en el hombre, sólo cuando cada hombre es querido, conocido y amado por Dios, sólo entonces, por miserable que sea su situación, su dignidad es inviolable. En la Noche Santa, Dios mismo se ha hecho hombre, como había anunciado el profeta Isaías: el niño nacido aquí es «Emmanuel», Dios con nosotros (cf. Is 7,14). Y, en el transcurso de todos estos siglos, no se han dado ciertamente sólo casos de uso indebido de la religión, sino que la fe en ese Dios que se ha hecho hombre ha provocado siempre de nuevo fuerzas de reconciliación y de bondad. En la oscuridad del pecado y de la violencia, esta fe ha insertado un rayo luminoso de paz y de bondad que sigue brillando. 

Así pues, Cristo es nuestra paz, y ha anunciado la paz a los de lejos y a los de cerca (cf. Ef 2,14.17). Cómo dejar de implorarlo en esta hora: Sí, Señor, anúncianos también hoy la paz, a los de cerca y a los de lejos. Haz que, también hoy, de las espadas se forjen arados (cf. Is 2,4), que en lugar de armamento para la guerra lleguen ayudas para los que sufren. Ilumina la personas que se creen en el deber aplicar la violencia en tu nombre, para que aprendan a comprender lo absurdo de la violencia y a reconocer tu verdadero rostro. Ayúdanos a ser hombres «en los que te complaces», hombres conformes a tu imagen y, así, hombres de paz. 

Apenas se alejaron los ángeles, los pastores se decían unos a otros: Vamos, pasemos allá, a Belén, y veamos esta palabra que se ha cumplido por nosotros (cf. Lc 2,15). Los pastores se apresuraron en su camino hacia Belén, nos dice el evangelista (cf. 2,16). Una santa curiosidad los impulsaba a ver en un pesebre a este niño, que el ángel había dicho que era el Salvador, el Cristo, el Señor. La gran alegría, a la que también el ángel se había referido, había entrado en su corazón y les daba alas. 

Vayamos allá, a Belén, dice hoy la liturgia de la Iglesia. Trans-eamus traduce la Biblia latina: «atravesar», ir al otro lado, atreverse a dar el paso que va más allá, la «travesía» con la que salimos de nuestros hábitos de pensamiento y de vida, y sobrepasamos el mundo puramente material para llegar a lo esencial, al más allá, hacia el Dios que, por su parte, ha venido acá, hacia nosotros. Pidamos al Señor que nos dé la capacidad de superar nuestros límites, nuestro mundo; que nos ayude a encontrarlo, especialmente en el momento en el que él mismo, en la Sagrada Eucaristía, se pone en nuestras manos y en nuestro corazón. 

Vayamos allá, a Belén. Con estas palabras que nos decimos unos a otros, al igual que los pastores, no debemos pensar sólo en la gran travesía hacia el Dios vivo, sino también en la ciudad concreta de Belén, en todos los lugares donde el Señor vivió, trabajó y sufrió. Pidamos en esta hora por quienes hoy viven y sufren allí. Oremos para que allí reine la paz. Oremos para que israelíes y palestinos puedan llevar una vida en la paz del único Dios y en libertad. Pidamos también por los países circunstantes, por el Líbano, Siria, Irak, y así sucesivamente, de modo que en ellos se asiente la paz. Que los cristianos en aquellos países donde ha tenido origen nuestra fe puedan conservar su morada; que cristianos y musulmanes construyan juntos sus países en la paz de Dios. 

Los pastores se apresuraron. Les movía una santa curiosidad y una santa alegría. Tal vez es muy raro entre nosotros que nos apresuremos por las cosas de Dios. Hoy, Dios no forma parte de las realidades urgentes. Las cosas de Dios, así decimos y pensamos, pueden esperar. Y, sin embargo, él es la realidad más importante, el Único que, en definitiva, importa realmente. ¿Por qué no deberíamos también nosotros dejarnos llevar por la curiosidad de ver más de cerca y conocer lo que Dios nos ha dicho? Pidámosle que la santa curiosidad y la santa alegría de los pastores nos inciten también hoy a nosotros, y vayamos pues con alegría allá, a Belén; hacia el Señor que también hoy viene de nuevo entre nosotros. Amén. (María Fernanda Bernasconi – RV).





lunes, 24 de diciembre de 2012

NATIVIDAD - PELÍCULA COMPLETA EN ESPAÑOL



Dirección: Catherine Hardwicke.
País: USA. Año: 2006.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Keisha Castle-Hughes (María), Oscar Isaac (José), Hiam Abbass (Ana), Shaun Toub (Joaquín), Alexander Siddig (Arcángel Gabriel), Nadim Sawalha (Melchor), Eriq Ebouaney (Baltasar), Stefan Kalipha (Gaspar), Said Amadis (Tero), Stanley Townsend (Zacarías), Ciarán Hinds (rey Herodes), Shohreh Aghdashloo (Isabel).
Guión: Mike Rich.
Producción: Wyck Godfrey y Marty Bowen.
Música: Mychael Danna.
Fotografía: Elliot Davis.
Montaje: Robert K. Lambert y Stuart Levy.
Diseño de producción: Stefano Maria Ortolani.
Vestuario: Maurizio Millenotti.
Estreno en USA: 1 Diciembre 2006.
Estreno en España: 1 Diciembre 2006.




"EL NIÑO JESÚS" QUE SE ADORA EN BELÉN
















La figura actual del Niño Jesús de cuna “con las manos juntas”, como se denomina a la que se encuentra en Belén, fue hecha en Barcelona (España) por el taller artesanal “Casa Viuda de Reixach”. 

El 31 de octubre de 1920, Gabino Montoro, Procurador General de Tierra Santa, hizo una visita al taller para realizar el pedido, con el siguientes encargo: Niño Jesús de cuna para la Gruta de Belén de 50 cms. El envío se hizo el 25 de febrero de 1921, correspondiente a la factura n. 2902. En la factura aparece por primera vez un Niño Jesús de cuna de 50 cms "manos juntas R.O.G.” El P. Gabino quedó muy satisfecho por el resultado, según consta por una carta que escribió cuando ya había vuelto a Jerusalén. La carta está fechada el 30 de mayo de 1921 y en ella se refleja con "verdadera fruición el aprecio que hizo del Niño Jesús en madera de cedro, que ciertamente se distinguen por un sello especial”. 

¿Quién la realizó? Francisco Rogés, resultó ser el escultor principal, junto a varios colaboradores, cada uno en una especialidad, como Alejandro Vila, Pedro Guasch, Jaime Pagós, Endaldo Angla, Juan Salvadó, Ceferino Mercadé, Fernando, Benito, Pedro, Peret y Duch. 

El modelo es conocido en la actualidad por las siguientes letras: R.O.G., del mencionado Rogés, y es muy apreciado por todos los peregrinos que se quedan embelesados mirándolo en la Iglesia de Belén.



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domingo, 23 de diciembre de 2012

ÁNGELUS 23/12/2012 (TEXTO EN ESPAÑOL)



Queridos hermanos y hermanas 

En este IV domingo de Adviento, que precede por poco a la Navidad del Señor, el Evangelio narra la visita de María a la pariente Isabel. Este episodio no representa solamente un gesto de cortesía, sino que describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, las dos embarazadas, encarnan en efecto la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras la joven María lleva consigo el cumplimiento de tal espera, para bien toda la humanidad. En las dos mujeres se encuentran y reconocen antes que nada los frutos de sus vientres, Juan y Cristo. Comenta el poeta cristiano Prudencio: “El niño contenido en vientre senil saluda, a través de la boca de su madre, al Señor hijo de la Virgen” (Apotheosis, 590: PL 59, 970). La Exultación de Juan en el vientre de Isabel es el signo del cumplimiento de la espera: Dios esta apunto de visitar a su pueblo. En la Anunciación el arcángel Gabriel le había hablado a María del embarazo de Isabel (cfr Lc 1,36) como prueba de la potencia de Dios: la esterilidad, a pesar de la edad avanzada, se había transformado en fertilidad.

Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? La expresión “bendita eres entre las mujeres” se refiere en el Antiguo testamento a Yael (Jueces 5,24) y a Judit (Judit 13,1), dos mujeres guerreras que lucharon por salvar a Israel. Ahora en cambio se ha dirigido a María, jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo. Así también la alegría de Juan (cfr Lc 1,44) recuerda la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén (cfr 1 Cr 15,29). El Arca que contenía las tablas de la Ley, el maná y el cetro de Arón (cfr Heb. 9,4), era el signo de la presencia de Dios en medio a su pueblo. El recién nacido Juan exulta de alegría ante María, Arca de la nueva Alianza, que lleva en su vientre a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. 

La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, dar espacio al otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él. Imitemos a María en el tiempo de Navidad, visitando a cuantos viven en dificultad, en particular los enfermos, los encarcelados, los ancianos y los niños. E imitemos también a Isabel que recibe al huésped como Dios mismo: sin desearlo, no lo conoceremos nunca al señor, sin esperarlo no lo hallaremos, sin buscarlo no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que va apurada donde Isabel (cfr Lc 1,39), también nosotros vamos al encuentro del Señor que viene. Oremos para que todos los hombres busquen a Dios, descubriendo que es Dios mismo quien primero nos viene a visitar. A María, Arca de la Nueva y Eterna Alianza, confiamos nuestro corazón, para que lo haga digno de acoger la visita de Dios en el misterio de su Navidad. 

Saludos del Papa en español 

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española presentes en esta oración mariana. El evangelio de la Visitación, que la Iglesia nos propone este domingo, nos muestra la doble alegría que lleva consigo el anuncio de la salvación: la de quien, como la Santísima Virgen, acepta la buena noticia de Jesucristo y se pone en camino para proclamarla, y la de aquellos que, como Juan en el vientre de Isabel, saltan de gozo al escuchar al que les trae al Salvador. Invito a todos a acoger al Señor, que llega y quiere colmar los corazones del inefable júbilo del Espíritu Santo. Que Dios os bendiga. (PY-RV) @pattynesc








                                          BENDICIÓN DEL SANTO PADRE

viernes, 21 de diciembre de 2012

MENSAJE NAVIDEÑO DE BENEDICTO XVI A LA CURIA ROMANA



Como todos los años por estas fechas, con gran alegría el Papa se encontró esta mañana con sus venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado, miembros del Colegio de Cardenales, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, en este momento tradicional antes de la Santa Navidad. Al saludar cordialmente a todos, comenzando por el cardenal Decano, Angelo Sodano, a quien agradeció sus palabras y la felicitación que le dirigió en nombre de toda la Curia, Benedicto XVI recordó la expresión que se repite a menudo en estos días en la liturgia latina, “El Señor está cerca, venid, adorémosle”. 

También nosotros, como una sola familia, nos preparamos para adorar en la gruta de Belén a ese Niño, que es Dios mismo que se ha acercado hasta el punto de hacerse hombre como nosotros. Correspondo con gusto a las felicitaciones y doy las gracias a todos, incluidos los Representantes Pontificios repartidos por todo el mundo, por la generosa colaboración que cada uno de vosotros presta a mi Ministerio. 

El Papa destacó que estamos terminando un año que, una vez más, se ha caracterizado en la Iglesia y en el mundo por muchas situaciones difíciles, de grandes cuestiones y desafíos, pero también de signos de esperanza. Por esta razón mencionó sólo algunos puntos destacados en la vida de la Iglesia y de su ministerio cetrino, comenzando por sus viajes a México y Cuba, que definió “encuentros inolvidables, con la fuerza de la fe, profundamente arraigada en los corazones de los hombres, y con la alegría por la vida que surge de la fe”. 

Recuerdo que, tras llegar a México, se agolpaban al borde del largo trecho que se debía recorrer interminables filas de personas, que saludaban agitando pañuelos y banderas. Recuerdo cómo, durante el trayecto hacia Guanajuato, la pintoresca capital del homónimo Estado, había jóvenes a los lados de la carretera, devotamente arrodillados para recibir la bendición del Sucesor de Pedro. Recuerdo cómo la gran liturgia en las cercanías de la estatua de Cristo Rey se convirtió en un acto que hacía presente la realeza de Cristo, su paz, su justicia, su verdad. 

Todo esto – dijo también el Papa – en el contexto de los problemas de un país que sufre múltiples formas de violencia y las dificultades de dependencias económicas. De ahí que añadiera que, “ciertamente, estos problemas no se pueden resolver simplemente mediante la religiosidad, pero menos aún se solucionarán sin esa purificación interior del corazón que proviene de la fuerza de la fe, del encuentro con Jesucristo”. 

Y después vino la experiencia de Cuba. También aquí hubo grandes liturgias, en cuyos cantos, oraciones y silencios se podía percibir la presencia de Aquel, al que durante mucho tiempo se había querido negar cabida en el País. La búsqueda en este País de un justo planteamiento de la relación entre vinculaciones y libertad, ciertamente no puede tener éxito sin una referencia a esos criterios de fondo que se han manifestado a la humanidad en el encuentro con el Dios de Jesucristo. 

Entre las demás etapas del año que se acerca a su fin, y que el Pontífice mencionó a la Curia destacamos la gran Fiesta de la Familia en Milán, así como la visita a El Líbano, con la entrega de la Exhortación Apostólica postsinodal, que ahora deberá constituir en la vida de la Iglesia y de la sociedad en Medio Oriente una orientación sobre los difíciles caminos de la unidad y de la paz. Mientras el último acontecimiento importante de este año, ya en su ocaso, ha sido el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, que ha marcado al mismo tiempo el comienzo del Año de la Fe, con el cual conmemoramos la inauguración del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, para comprenderlo y asimilarlo de nuevo en esta situación que ha cambiado. 

Me ha llamado la atención que en el Sínodo se haya subrayado repetidamente la importancia de la familia como lugar auténtico en el que se transmiten las formas fundamentales del ser persona humana. Se aprenden viviéndolas y también sufriéndolas juntos. Así se ha hecho patente que en el tema de la familia no se trata únicamente de una determinada forma social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es el hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo. Los desafíos en este contexto son complejos. 

Muchos otros conceptos expresó el Santo Padre a los miembros de la Curia romana, en que se interrogó, en primer lugar, acerca de la cuestión sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su carencia de compromisos. ¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las dimensiones de su autorrealización? El hombre, ¿llega a ser sí mismo permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece también que se sufra por él? 

Y antes de impartirles su Bendición Apostólica, Benedicto XVI concluyó afirmando: 

«Venid y veréis». Esta palabra que Jesús dirige a los dos discípulos en búsqueda, la dirige también a los hombres de hoy que están en búsqueda. Al final de año, pedimos al Señor que la Iglesia, a pesar de sus pobrezas, sea reconocida cada vez más como su morada. Le rogamos para que, en el camino hacia su casa, nos haga día a día más capaces de ver, de modo que podamos decir mejor, más y más convincentemente: Hemos encontrado a Aquél, al que todo el mundo espera, Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hombre. Con este espíritu os deseo de corazón a todos una Santa Navidad y un feliz Año Nuevo. (María Fernanda Bernasconi – RV). 

Texto completo de la alocución del Santo Padre: 

Señores Cardenales, 
Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado, 
Queridos hermanos y hermanas 

Con gran alegría me encuentro hoy con vosotros, queridos miembros del Colegio de Cardenales, representantes de la Curia Romana y de la Gobernación, en este momento tradicional antes de la Santa Navidad. Os saludo cordialmente a todos, comenzando por el cardenal Angelo Sodano, al que agradezco las amables palabras y la efusiva felicitación que me ha dirigido también en vuestro nombre. El Cardenal Decano nos ha recordado una expresión que se repite a menudo estos días en la liturgia latina: Prope est iam Dominus, venite adoremus. El Señor está cerca, venid, adorémosle. También nosotros, como una sola familia, nos preparamos para adorar en la gruta de Belén a ese Niño, que es Dios mismo que se ha acercado hasta el punto de hacerse hombre como nosotros. Correspondo con gusto a las felicitaciones y doy las gracias a todos, incluidos los Representantes Pontificios repartidos por todo el mundo, por la generosa colaboración que cada uno de vosotros presta a mi Ministerio. 

Estamos terminando un año que, una vez más, se ha caracterizado en la Iglesia y en el mundo por muchas situaciones difíciles, de grandes cuestiones y desafíos, pero también de signos de esperanza. Menciono sólo algunos puntos destacados en la vida de la Iglesia y de mi ministerio petrino. Ante todo, han tenido lugar los viajes a México y Cuba. Han sido encuentros inolvidables, con la fuerza de la fe, profundamente arraigada en los corazones de los hombres, y con la alegría por la vida que surge de la fe. Recuerdo que, tras llegar a México, se agolpaban al borde del largo trecho que se debía recorrer interminables filas de personas, que saludaban agitando pañuelos y banderas. Recuerdo cómo, durante el trayecto hacia Guanajuato, la pintoresca capital del homónimo Estado, había jóvenes a los lados de la carretera, devotamente arrodillados para recibir la bendición del Sucesor de Pedro. Recuerdo cómo la gran liturgia en las cercanías de la estatua de Cristo Rey se convirtió en un acto que hacía presente la realeza de Cristo, su paz, su justicia, su verdad. Todo esto en el contexto de los problemas de un país que sufre múltiples formas de violencia y las dificultades de dependencias económicas. Ciertamente, estos problemas no se pueden resolver simplemente mediante la religiosidad, pero menos aún se solucionarán sin esa purificación interior del corazón que proviene de la fuerza de la fe, del encuentro con Jesucristo. Y después vino la experiencia de Cuba. También aquí hubo grandes liturgias, en cuyos cantos, oraciones y silencios se podía percibir la presencia de Aquel, al que durante mucho tiempo se había querido negar cabida en el País. La búsqueda en este País de un justo planteamiento de la relación entre vinculaciones y libertad, ciertamente no puede tener éxito sin una referencia a esos criterios de fondo que se han manifestado a la humanidad en el encuentro con el Dios de Jesucristo. 

Otras etapas del año que se acerca a su fin, y que quisiera mencionar, son la gran Fiesta de la Familia en Milán, así como la visita al Líbano, con la entrega de la Exhortación Apostólica postsinodal, que ahora deberá constituir en la vida de la Iglesia y de la sociedad en Medio Oriente una orientación sobre los difíciles caminos de la unidad y de la paz. El último acontecimiento importante de este año, ya en su ocaso, ha sido el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, que ha marcado al mismo tiempo el comienzo del Año de la Fe, con el cual conmemoramos la inauguración del Concilio Vaticano II, hace cincuenta años, para comprenderlo y asimilarlo de nuevo en esta situación que ha cambiado. 

Entre todas estas ocasiones, se han tocado temas fundamentales de nuestro momento histórico: la familia (Milán), el servicio a la paz en el mundo y el diálogo interreligioso (Líbano), así como el anuncio del mensaje de Jesucristo en nuestro tiempo a quienes aún no lo han encontrado, y a tantos que lo conocen sólo desde fuera y precisamente por eso, no lo re-conocen. De entre estas grandes temáticas, quisiera reflexionar un poco más en detalle especialmente sobre el tema de la familia y sobre la naturaleza del diálogo, añadiendo después también una breve observación sobre el tema de la Nueva Evangelización.

La gran alegría con la que se han reunido en Milán familias de todo el mundo ha puesto de manifiesto que, a pesar de las impresiones contrarias, la familia es fuerte y viva también hoy. Sin embargo, es innegable la crisis que la amenaza en sus fundamentos, especialmente en el mundo occidental. Me ha llamado la atención que en el Sínodo se haya subrayado repetidamente la importancia de la familia como lugar auténtico en el que se transmiten las formas fundamentales del ser persona humana. Se aprenden viviéndolas y también sufriéndolas juntos. Así se ha hecho patente que en el tema de la familia no se trata únicamente de una determinada forma social, sino de la cuestión del hombre mismo; de la cuestión sobre qué es el hombre y sobre lo que es preciso hacer para ser hombres del modo justo. Los desafíos en este contexto son complejos. Tenemos en primer lugar la cuestión sobre la capacidad del hombre de comprometerse, o bien de su carencia de compromisos. ¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿Acaso no contrasta con su libertad y las dimensiones de su autorrealización? El hombre, ¿llega a ser sí mismo permaneciendo autónomo y entrando en contacto con el otro solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? El compromiso, ¿merece también que se sufra por él? El rechazo de la vinculación humana, que se difunde cada vez más a causa de una errónea comprensión de la libertad y la autorrealización, y también por eludir el soportar pacientemente el sufrimiento, significa que el hombre permanece encerrado en sí mismo y, en última instancia, conserva el propio «yo» para sí mismo, no lo supera verdaderamente. Pero el hombre sólo logra ser él mismo en la entrega de sí mismo, y sólo abriéndose al otro, a los otros, a los hijos, a la familia; sólo dejándose plasmar en el sufrimiento, descubre la amplitud de ser persona humana. Con el rechazo de estos lazos desaparecen también las figuras fundamentales de la existencia humana: el padre, la madre, el hijo; decaen dimensiones esenciales de la experiencia de ser persona humana. 

El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, en un tratado cuidadosamente documentado y profundamente conmovedor, ha mostrado que el atentado, al que hoy estamos expuestos, a la auténtica forma de la familia, compuesta por padre, madre e hijo, tiene una dimensión aún más profunda. Si hasta ahora habíamos visto como causa de la crisis de la familia un malentendido de la esencia de la libertad humana, ahora se ve claro que aquí está en juego la visión del ser mismo, de lo que significa realmente ser hombres. Cita una afirmación que se ha hecho famosa de Simone de Beauvoir: «Mujer no se nace, se hace» (“On ne naît pas femme, on le devient”). En estas palabras se expresa la base de lo que hoy se presenta bajo el lema «gender» como una nueva filosofía de la sexualidad. Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre. 

Con esto quisiera llegar al segundo gran tema que, desde Asís hasta el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, ha impregnado todo el año que termina, es decir, la cuestión del diálogo y del anuncio. Hablemos primero del diálogo. Veo sobre todo tres campos de diálogo para la Iglesia en nuestro tiempo, en los cuales ella debe estar presente en la lucha por el hombre y por lo que significa ser persona humana: el diálogo con los Estados, el diálogo con la sociedad – incluyendo en él el diálogo con las culturas y la ciencia – y el diálogo con las religiones. En todos estos diálogos, la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe. Pero encarna al mismo tiempo la memoria de la humanidad, que desde los comienzos y en el transcurso de los tiempos es memoria de las experiencias y sufrimientos de la humanidad, en los que la Iglesia ha aprendido lo que significa ser hombres, experimentando su límite y su grandeza, sus posibilidades y limitaciones. La cultura de lo humano, de la que ella se hace valedora, ha nacido y se ha desarrollado a partir del encuentro entre la revelación de Dios y la existencia humana. La Iglesia representa la memoria de ser hombres ante una cultura del olvido, que ya sólo conoce a sí misma y su propio criterio de medida. Pero, así como una persona sin memoria ha perdido su propia identidad, también una humanidad sin memoria perdería su identidad. Lo que se ha manifestado a la Iglesia en el encuentro entre la revelación y la experiencia humana va ciertamente más allá del ámbito de la razón, pero no constituye un mundo especial, que no tendría interés alguno para el no creyente. Si el hombre reflexiona sobre ello y se adentra en su comprensión, se amplía el horizonte de la razón, y esto concierne también a quienes no alcanzan a compartir la fe en la Iglesia. En el diálogo con el Estado y la sociedad, la Iglesia no tiene ciertamente soluciones ya hechas para cada uno de los problemas. Se esforzará junto con otras fuerzas sociales para las respuestas que se adapten mejor a la medida correcta del ser humano. Lo que ella ha reconocido como valores fundamentales, constitutivos y no negociables de la existencia humana, lo debe defender con la máxima claridad. Ha de hacer todo lo posible para crear una convicción que se pueda concretar después en acción política. 

En la situación actual de la humanidad, el diálogo de las religiones es una condición necesaria para la paz en el mundo y, por tanto, es un deber para los cristianos, y también para las otras comunidades religiosas. Este diálogo de las religiones tiene diversas dimensiones. Será en primer lugar un simple diálogo de la vida, un diálogo sobre el compartir práctico. En él no se hablará de los grandes temas de la fe: si Dios es trinitario, o cómo ha de entenderse la inspiración de las Sagradas Escrituras, etc. Se trata de los problemas concretos de la convivencia y de la responsabilidad común respecto a la sociedad, al Estado, a la humanidad. En esto hay que aprender a aceptar al otro en su diferente modo de ser y pensar. Para ello, es necesario establecer como criterio de fondo del coloquio la responsabilidad común ante la justicia y la paz. Un diálogo en el que se trata sobre la paz y la justicia se convierte por sí mismo, más allá de lo meramente pragmático, en un debate ético acerca de las valoraciones que son el presupuesto del todo. De este modo, un diálogo meramente práctico en un primer momento se convierte también en una búsqueda del modo justo de ser persona humana. Aun cuando las opciones de fondo en cuanto tales no se ponen en discusión, los esfuerzos sobre una cuestión concreta llegan a desencadenar un proceso en el que, mediante la escucha del otro, ambas partes pueden encontrar purificación y enriquecimiento. Así, estos esfuerzos pueden significar también pasos comunes hacia la única verdad, sin cambiar las opciones de fondo. Si ambas partes están impulsadas por una hermenéutica de la justicia y de la paz, no desaparecerá la diferencia de fondo, pero crecerá también una cercanía más profunda entre ellas. 

Hay dos reglas para la esencia del diálogo interreligioso que, por lo general, hoy se consideran fundamentales: 

1. El diálogo no se dirige a la conversión, sino más bien a la comprensión. En esto se distingue de la evangelización, de la misión. 

2. En conformidad con esto, en este diálogo, ambas partes permanecen conscientemente en su propia identidad, que no ponen en cuestión en el diálogo, ni para ellas, ni para los otros. 

Estas reglas son justas. No obstante, pienso que estén formuladas demasiado superficialmente de esta manera. Sí, el diálogo no tiene como objetivo la conversión, sino una mejor comprensión recíproca. Esto es correcto. Pero tratar de conocer y comprender implica siempre un deseo de acercarse también a la verdad. De este modo, ambas partes, acercándose paso a paso a la verdad, avanzan y están en camino hacia modos de compartir más amplios, que se fundan en la unidad de la verdad. Por lo que se refiere al permanecer fieles a la propia identidad, sería demasiado poco que el cristiano, al decidir mantener su identidad, interrumpiese por su propia cuenta, por decirlo así, el camino hacia la verdad. Si así fuera, su ser cristiano sería algo arbitrario, una opción simplemente fáctica. De esta manera, pondría de manifiesto que él no tiene en cuenta que en la religión se está tratando con la verdad. Respecto a esto, diría que el cristiano tiene una gran confianza fundamental, más aún, la gran certeza de fondo de que puede adentrarse tranquilamente en la inmensidad de la verdad sin ningún temor por su identidad de cristiano. Ciertamente, no somos nosotros quienes poseemos la verdad, es ella la que nos posee a nosotros: Cristo, que es la Verdad, nos ha tomado de la mano, y sabemos que nos tiene firmemente de su mano en el camino de nuestra búsqueda apasionada del conocimiento. El estar interiormente sostenidos por la mano de Cristo nos hace libres y, al mismo tiempo, seguros. Libres, porque, si estamos sostenidos por Él, podemos entrar en cualquier diálogo abiertamente y sin miedo. Seguros, porque Él no nos abandona, a no ser que nosotros mismos nos separemos de Él. Unidos a Él, estamos en la luz de la verdad. 

Para concluir es preciso hacer una breve anotación sobre el anuncio, sobre la evangelización, de la que, siguiendo las propuestas de los padres sinodales, hablará efectivamente con amplitud el documento postsinodal. Veo que los elementos esenciales del proceso de evangelización aparecen muy elocuentemente en el relato de san Juan sobre la llamada de los dos discípulos del Bautista, que se convierten en discípulos de Cristo (cf. Jn 1,35-39). Encontramos en primer lugar el mero acto del anuncio. Juan el Bautista señala a Jesús y dice: «Este es el Cordero de Dios». Poco más adelante, el evangelista narra un hecho similar. Esta vez es Andrés, que dice a su hermano Simón: «Hemos encontrado al Mesías» (1,41). El primero y fundamental elemento es el simple anuncio, el kerigma, que toma su fuerza de la convicción interior del que anuncia. En el relato de los dos discípulos sigue después la escucha, el ir tras los pasos de Jesús, un seguirle que no es todavía seguimiento, sino más bien una santa curiosidad, un movimiento de búsqueda. En efecto, ambos son personas en búsqueda, personas que, más allá de lo cotidiano, viven en espera de Dios, en espera porque Él está y, por tanto, se mostrará. Su búsqueda, iluminada por el anuncio, se hace concreta. Quieren conocer mejor a Aquél que el Bautista ha llamado Cordero de Dios. El tercer acto comienza cuando Jesús mira atrás hacia ellos y les pregunta: «¿Qué buscáis?». La respuesta de ambos es de nuevo una pregunta, que manifiesta la apertura de su espera, la disponibilidad a dar nuevos pasos. Preguntan: «Maestro, ¿dónde vives?». La respuesta de Jesús: «Venid y veréis», es una invitación a acompañarlo y, caminando con Él, a llegar a ver. 

La palabra del anuncio es eficaz allí donde en el hombre existe la disponibilidad dócil para la cercanía de Dios; donde el hombre está interiormente en búsqueda y por ende en camino hacia el Señor. Entonces, la atención de Jesús por él le llega al corazón y, después, el encuentro con el anuncio suscita la santa curiosidad de conocer a Jesús más de cerca. Este caminar con Él conduce al lugar en el que habita Jesús, en la comunidad de la Iglesia, que es su Cuerpo. Significa entrar en la comunión itinerante de los catecúmenos, que es una comunión de profundización y, a la vez, de vida, en la que el caminar con Jesús nos convierte en personas que ven.

«Venid y veréis». Esta palabra que Jesús dirige a los dos discípulos en búsqueda, la dirige también a los hombres de hoy que están en búsqueda. Al final de año, pedimos al Señor que la Iglesia, a pesar de sus pobrezas, sea reconocida cada vez más como su morada. Le rogamos para que, en el camino hacia su casa, nos haga día a día más capaces de ver, de modo que podamos decir mejor, más y más convincentemente: Hemos encontrado a Aquél, al que todo el mundo espera, Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hombre. Con este espíritu os deseo de corazón a todos una Santa Navidad y un feliz Año Nuevo.
































                                               BENDICIÓN DEL SANTO PADRE





jueves, 20 de diciembre de 2012

NAVIDAD EN GAZA

EL LUGAR SEGURO DEL NACIMIENTO DE JESÚS

BENEDICTO XVI CONVIERTE A PABLO VI EN "VENERABLE"
















Las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pablo VI, entre los 24 Decretos que Benedicto XVI autorizó hoy para su promulgación a la Congregación para las Causas de los Santos. 8 se refieren a milagros, 7 al martirio, de los que numerosos son de España.

Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos la promulgación de 24 Decretos, entre ellos el que se refiere a las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pablo VI – Giovanni Battista Montini – Sumo Pontífice. 

8 se refieren a sendos milagros, como el que se atribuye a la intercesión respectivamente de la Beata colombiana Laura de Santa Catalina de Siena; de la Beata mexicana María Guadalupe; del sacerdote argentino José Gabriel del Rosario Brochero y del sacerdote español Cristóbal Fernández. 

Entre los decretos 6 son los referidos al martirio de numerosos religiosos y religiosas asesinados en odio a la fe en España, entre los años 1936 y 1938. (CdM – RV) 

El Santo Padre recibió esta mañana en audiencia al cardenal Angelo Amato, S.D.B., prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y autorizó a esta Congregación a promulgar los siguientes decretos concernientes a: 

Ocho milagros atribuidos a la intercesión de: 

-Beatos Antonio Primaldo y sus compañeros, italianos, mártires, asesinados el 13 de agosto 1480 en Otranto (Italia). 

 -Beata Laura de Santa Catalina de Siena (en el siglo María Laura de Jesús Montoya y Upegui), colombiana 1874 -1949; fundadora de la congregación de las Religiosas misioneras de la Bienaventurada Virgen Maria y de Santa Catalina de Siena.

-Beata María Guadalupe (en el siglo Anastasia Guadalupe García Zavala), mexicana, 1878-1963; Cofundadora de las Siervas de Santa Margarita Maria y de los pobres. 

-Venerable Siervo de Dios Antonio Franco, italiano, 1585 -1626, Prelado Ordinario de Santa Lucia del Mela.

-Venerable Siervo de Dios José Gabriel del Rosario Brochero, argentino, 1840-1916, sacerdote diocesano.  

-Venerable Siervo de Dios Cristóbal de Santa Catalina (en el siglo Cristóbal Fernández Valladolid), español, 1638-1690, sacerdote y fundador de la congregación hospitalaria de Jesús Nazareno en Córdoba. 

-Venerable Sierva de Dios Sofia Czeska-Maciejowska, polaca, 1584-1650, fundadora de la congregación de las Vírgenes de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María. 

-Venerable Sierva de Dios Margherita Lucia Szewczyk, ucraniana, 1828-1905, fundadora de la congregación de las Hijas de la Bienaventurada Virgen María de los Dolores, llamadas Serafitki. 

Siete martirios: 

-Siervo de Dios Miroslav Buleši, croata, 1920-1947, sacerdote diocesano; asesinado por odio a la fe el 24 de agosto de 1947 en Croacia. 

-Siervos de Dios José Javier Gorosterratzu, y 5 compañeros de la Congregación del Santísimo Redentor, españoles, asesinados por odio a la fe entre 1936 y 1938. 

-Siervos de Dios Ricardo Gil Barcelón, sacerdote, y Antonio Arrué Peiró, postulante, españoles, de la Congregación de la Pequeña obra de la Divina Providencia, asesinados por odio a la fe en Valencia en 1936. 

-Siervo de Dios Manuel de la Sagrada Familia, español, 1887-1936, (en el siglo Manuel Sanz Domínguez), monje profeso, reformador de la Orden de San Jerónimo, asesinado por odio a la fe en Paracuellos de Jarama entre el 6 y el 8 de noviembre de 1936. 

-Siervas de Dios María de Montserrat (en el siglo Josefa Pilar García y Solanas) y 8 compañeras, religiosas profesas del Instituto de las Mínimas Descalzas de San Francisco de Paula y Lucrecia García y Solanas, laica, todas ellas españolas, asesinadas por odio a la fe en Barcelona el 23 de julio de 1936. 

-Siervas de Dios Melchora de la Adoración Cortés Bueno y 14 compañeras de la Sociedad de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, asesinadas por odio a la fe entre 1936 y 1937. 

10 virtudes heroicas: 

-Siervo de Dios Pablo VI (Giovanni Battista Montini), italiano, 1897-1978, Sumo pontífice.

-Siervo de Dios Francesco Saverio Petagna, italiano, 1812-1878, obispo, fundador de la congregación de las Hermanas de los Sagrados Corazones. 

-Siervo de Dios Juan José Santiago Bonal Cortada, español,1769-1829,sacerdote, fundador de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. 

-Louis-Marie Baudouin, francés, 1765-1835; sacerdote,fundador de las Congregaciones de los Hijos de María Inmaculada. 

-Sierva de Dios Giovannina Franchi, italiana, 1807- 1872, fundadora de las Hermanas Hospitalarias de María Dolorosa de Como. 

-Sierva de Dios Marcelina de San José (en el siglo Luisa Aveledo), venezolana, 1874-1959, fundadora de la congregación de las Hermanas de los Pobres de San Pedro Claver; 

-Sierva de Dios Claudia Russo, italiana, 1889-1964, fundadora de la congregación de las Hermanas Pobres Hijas de la Visitación de la Virgen María. 

-Sierva de Dios María Francisca de las Llagas (en el siglo Rosa Elena Cornejo) ecuatoriana, 1874 -1964, fundadora de la congregación de las Hermanas Misioneras Franciscanas de la Inmaculada.

-Sierva de Dios Clara Ludovica Szczesna, polaca,1863-1916, cofundadora de la congregación de las Siervas del Santísimo Corazón de Jesús. 

-Sierva de Dios Consuelo (en el siglo Joaquina María Mercedes Barceló y Pagés), española, 1857-1940, cofundadora de la congregación de las Religiosas Agustinas de Nuestra Señora del Consuelo.









RV

miércoles, 19 de diciembre de 2012

CANCIÓN NAVIDEÑA "LA LUZ QUE NACE EN TI"



LETRA DE LA CANCIÓN

Vuela un cometa entre miles de estrellas,
Anuncia otra noche de paz.
Llega la nieve y se encienden las luces
Que adornan la ciudad.

Cantan los niños que ya están de fiesta:
¡Que viva la amistad,
Que viva el amor,
Que así es la navidad

¡ Brilla en mi pecho
La luz que conecta tus ojos con mi corazón
Brilla la chispa del Claner que olvida
Y perdona sin rencor.

Dale la mano a quien no pide a cambio
Y cantemos por la paz.

¡Que viva la amistad,
Que así es la navidad

¡ Así es la luz que nace en ti,
Así es la luz que nos ayuda a vivir.
Por ti, por mí, por compartir,
 Tu luz me hace tan feliz.

Cada mañana un Clanner
se acerca una niña que escucha llorar.
Tiembla de frío y el Clanner
le pone un abrigo al pasar.

Ella sonríe y se abrazan felices,
¡Que viva la amistad,
Que viva los Clanners,
Que así es la navidad

¡ Así es la luz que nace en ti,
Así es la luz que nos ayuda a vivir.
Por ti, por mí, por compartir,
Tu luz me hace tan feliz.

Y volverá por Navidad,
La buena estrella que nos guía al andar.
Por ti, por mí, por compartir,
Tu luz me hace tan feliz.

Tu luz me hace tan feliz,
Tu luz me hace tan feliz,
Tu luz me hace tan feliz,
Tu luz me hace tan feliz.



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martes, 18 de diciembre de 2012

"FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA" EN MADRID



































NOTA INFORMATIVA DE LA ARCHIDIÓDECIS DE MADRID

Del 28 al 30 de diciembre en los Jardines del Descubrimiento (Plaza de Colón). Hemos organizado una fiesta en la que revivirás el ambiente de la JMJ, pero esta vez con toda la familia: abuelos, hijos y nietos. 

Este año la Eucaristía de la Sagrada Familia tendrá un previo que nos ayudará a vivir mejor esta Fiesta. 

Habrá una carpa esférica, que todos veremos fácilmente. Esta carpa estará abierta desde las 17.00 horas del viernes 28 de diciembre hasta el comienzo de la Eucaristía el domingo de la Sagrada Familia. 

A lo largo de la tarde del viernes y todo el día del sábado habrá distintos stands, actividades, vídeos… en los que podremos descubrir el valor de la familia cristiana y enterarnos de todo lo que la Iglesia hace por la familia. 

Durante las noches de esos dos días habrá Exposición del Santísimo para que podamos adorar al Señor, darle gracias por nuestra familia, pedirle por tantas situaciones dolorosas que atraviesan las familias. 

Todo el tiempo de apertura de la carpa habrá sacerdotes disponibles para confesar. Serán fácilmente visibles porque estarán en algunos de los confesionarios que estuvieron en el Retiro durante la JMJ.



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CONFERENCIA "CREO EN LA IGLESIA" - MONS. MUNILLA, OBISPO DE SAN SEBASTIÁN

ESPECIAL SOBRE EL CONCILIO VATICANO II

domingo, 16 de diciembre de 2012

SIGUE EN DIRECTO LA SANTA MISA DESDE BELÉN

ÁNGELUS 16/12/2012 (TEXTO COMPLETO EN ESPAÑOL)



La caridad impulsa a estar atento al otro, sin justificaciones para defender los propios intereses, dijo Benedicto XVI al introducir este mediodía la oración mariana del ángelus del Tercer Domingo de Adviento. A los peregrinos procedentes de América Latina y de España, reunidos en la Plaza de San Pedro, el Papa les recordó que Dios viene a tomarnos de la mano, incluso en las dificultades de la vida: 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, en particular a los fieles de diversas parroquias de Valencia. Cercana ya la Navidad, la liturgia repite este domingo las palabras del Apóstol Pablo: “Gaudete”, estad alegres. El Señor está cerca. Es una alegría que llena el corazón de quienes, aun en las dificultades, saben que Dios viene a tomarnos de su mano, para no abandonarnos jamás. Id preparando el Nacimiento en vuestros hogares con la expectación y ternura con la que María esperaba acoger la venida al mundo del Salvador de todos los hombres. Que Ella os acompañe y os anime especialmente en estos días. Feliz domingo.

Texto completo de la alocución del Papa: 

Queridos hermanos y hermanas: 

El Evangelio de este tercer Domingo de Adviento presenta nuevamente la figura de Juan el Bautista, y lo representa mientras habla a la gente que se dirige hacia él en el río Jordán para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos se preguntan: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad. 

La primera respuesta está dirigida a la muchedumbre en general. El Bautista dice: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo” (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide que se supere el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y a quien le falta lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al otro y a salir al encuentro de su necesidad, en lugar de encontrar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. “El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa”, porque “siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo” (Encíclica Deus caritas est, 28). 

Y después vemos la segunda respuesta a algunos “publicanos”, es decir, recaudadores de impuestos por cuenta de los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, y también porque con frecuencia se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no les dice que cambien de oficio, sino que exijan sólo cuanto ha sido fijado (Cfr. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales sino, ante todo, el cumplimiento honrado de su propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: “No robar” (Cfr. Es 20, 15). 

La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder y, por tanto, tentada de abusar de él. A los soldados Juan les dice: “No hagan extorsión a nadie (...), y conténtense con su salario” (v. 14). También aquí, la conversión comienza con la honradez y el respeto de los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades. 

Considerando en su conjunto estos diálogos, llama la atención lo concreto de las palabras de Juan: desde el momento en que Dios nos juzgará según nuestras obras es allí, en los comportamientos, donde es necesario demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo, las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Oremos entonces al Señor, por intercesión de María Santísima, a fin de que nos ayude a prepararnos a la Navidad dando buenos frutos de conversión (Cfr. Lc 3, 8). 

Después del rezo del ángelus y del responso por los fieles difuntos, el Papa saludó en diversas lenguas a los grupos de peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro. 

Hablando en italiano, Su Santidad recordó que desde el próximo 28 de diciembre y hasta el 2 de enero, se celebrará en Roma el Encuentro europeo de jóvenes, organizado por la comunidad de Taizé. Por esta razón, el Pontífice agradeció a las familias que, siguiendo la tradición romana de acogida, han dado su disponibilidad para hospedar a estos jóvenes. Y agradeciendo a Dios porque las peticiones son superiores a las expectativas, renovó el llamamiento que ya había dirigido a las parroquias, a fin de que otras familias, con gran sencillez, puedan vivir esta bella experiencia de amistad cristiana. 

Al saludar en su idioma a los fieles polacos, el Santo Padre les manifestó su cercanía espiritual, de modo particular, a quienes en Polonia forman parte de la “Obra Natalicia de Ayuda a los Niños”. “Deseo – les dijo – que esta iniciativa caritativa y ecuménica, un gesto de ayuda concreta ofrecida a los necesitados, lleve la alegría a los corazones de muchos niños. Que la llama de las velas encendidas en las familias durante la cena de la Vigilia de Navidad sea el símbolo de esta iniciativa. Que Dios premie la generosidad de los corazones y que bendiga a todos”. 

En italiano el Papa dirigió un saludo especial a los niños de Roma que acudieron a este encuentro para la tradicional bendición de las imágenes del Niño Jesús. “Amadísimos – les dijo – mientras bendigo las estatuillas de Jesús que pondrán en sus pesebres, los bendigo de corazón, a cada uno de ustedes y a sus familias, así como a sus educadores y al Centro de los Oratorios Romanos”. 

Por último, el Pontífice saludó a los peregrinos italianos, en particular a los fieles de Palazzo Adriano, Porto San Giorgio, Grottammare, San Lorenzello, Atella, Bucchianico y Valmontone. De la misma manera, Su Santidad saludó al grupo de estudiantes del Instituto De Merode de Roma junto a sus compañeros australianos de Adelaide; y a los representantes de la agencia de información religiosa Zenit. A todos el Santo Padre deseó feliz domingo y buen camino espiritual hacia Belén. (María Fernanda Bernasconi – RV).








                                          BENDICIÓN DEL SANTO PADRE