Claire Hill, una niña australiana de tres años, se portó mal el pasado jueves: se bajó del autobús que conducía su padre mientras esperaba en una gasolinera, se colocó detrás de él, y entonces el padre, sin ver a su hija, echó marcha atrás y le pasó por encima con las ruedas traseras.
Sin embargo, la niña no murió: más aún, a pesar de tener las marcas de los neumáticos y algunas abrasiones menores, no se le rompió ningún hueso ni sufrió daños internos, para asombro y alegría de su familia y de los médicos que la atendieron en el Hospital Infantil de Sidney. Ayer la pequeña Claire estaba muy feliz a punto de ser dada de alta.
La familia (Sue y Peter Hill, un matrimonio católico con 11 hijos) atribuye el «milagro» al poder de la oración, a la protección de la Virgen y a la bendición que Benedicto XVI impartió a la niña cuando era solo un bebé, y un guardia de seguridad la acercó al Papamóvil en Randwick, durante las Jornadas Mundiales de la Juventud de Sidney en julio de 2008.
«Yo le había puesto una Medalla Milagrosa a la niña justo una hora antes del accidente», explicó su madre, refiriéndose a la popular imagen que la Virgen María inspiró a Santa Catalina Labouré en 1830 en París.
«Vi a Claire tirada debajo de las dos ruedas traseras, clavada al suelo, y pensé “Dios, ¡la he matado!”», comentó su padre a «The Sydney Morning Herald». Sin embargo, la niña estaba viva y consciente bajo las ruedas. La madre pidió a la pequeña que rezase a Jesús y a la Virgen, y pronto cientos de parientes y amigos avisados por teléfono («incluso las monjas de la Madre Teresa») estaban rezando por Claire. «No pude sino pensar que un ángel guardián aguantaba el autobús manteniendo el peso apartado de ella», declaró el padre.
La bendición de Benedicto XVI a los niños empieza a tener fama. En la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, en julio de 2005, bendijo a un niño de Düsseldorf llamado Victor. La quimioterapia le había dejado sin pelo. Cuatro meses después el niño se curaba. La familia lo atribuyó a la ciencia, sí, pero también, agradecidos, a la oración cercana del Papa.
Sin embargo, la niña no murió: más aún, a pesar de tener las marcas de los neumáticos y algunas abrasiones menores, no se le rompió ningún hueso ni sufrió daños internos, para asombro y alegría de su familia y de los médicos que la atendieron en el Hospital Infantil de Sidney. Ayer la pequeña Claire estaba muy feliz a punto de ser dada de alta.
La familia (Sue y Peter Hill, un matrimonio católico con 11 hijos) atribuye el «milagro» al poder de la oración, a la protección de la Virgen y a la bendición que Benedicto XVI impartió a la niña cuando era solo un bebé, y un guardia de seguridad la acercó al Papamóvil en Randwick, durante las Jornadas Mundiales de la Juventud de Sidney en julio de 2008.
«Yo le había puesto una Medalla Milagrosa a la niña justo una hora antes del accidente», explicó su madre, refiriéndose a la popular imagen que la Virgen María inspiró a Santa Catalina Labouré en 1830 en París.
«Vi a Claire tirada debajo de las dos ruedas traseras, clavada al suelo, y pensé “Dios, ¡la he matado!”», comentó su padre a «The Sydney Morning Herald». Sin embargo, la niña estaba viva y consciente bajo las ruedas. La madre pidió a la pequeña que rezase a Jesús y a la Virgen, y pronto cientos de parientes y amigos avisados por teléfono («incluso las monjas de la Madre Teresa») estaban rezando por Claire. «No pude sino pensar que un ángel guardián aguantaba el autobús manteniendo el peso apartado de ella», declaró el padre.
La bendición de Benedicto XVI a los niños empieza a tener fama. En la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, en julio de 2005, bendijo a un niño de Düsseldorf llamado Victor. La quimioterapia le había dejado sin pelo. Cuatro meses después el niño se curaba. La familia lo atribuyó a la ciencia, sí, pero también, agradecidos, a la oración cercana del Papa.
Fuente: La Razón
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