“A veces, el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Pero es sólo confesando sinceramente las propias culpas a Dios, que se encuentra la verdadera paz y la verdadera alegría”. Lo ha afirmado este mediodía el Santo Padre Benedicto XVI en su alocución antes del rezo mariano del Ángelus en la plaza de san Pedro. El Papa ha pedido a los fieles y peregrinos que recen por su inminente viaje apostólico a México y Cuba, que emprenderá a partir del próximo viernes. Y ha agradecido de antemano a todos los que mañana, fiesta solemne de San José, lo recordarán en sus oraciones, en el día de su onomástico.
Texto completo de las palabras del Papa previas al Ángelus
Queridos hermanos y hermanas!
En nuestro itinerario hacia la Pascua, hemos llegado al cuarto domingo de cuaresma. Es un camino con Jesús a través del “desierto”, es decir, un tiempo para escuchar más la voz de Dios y también desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de nosotros.
En el horizonte de este desierto se perfila la Cruz. Jesús sabe que esa es el culmen de su misión: en efecto, la Cruz de Cristo es la cumbre del amor, que nos dona la salvación. Lo dice Él mismo en el Evangelio de hoy: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna” (Jn 3,14-15).
El episodio se refiere al texto bíblico en el que “durante el éxodo desde Egipto”, los israelitas fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces Dios encomendó a Moisés de hacer una serpiente de bronce y ponerla encima de una asta: si uno era mordido por las serpientes, mirando a la serpiente de bronce, se curaba (Cfr. Nm 21, 4-9). También Jesús será alzado en la Cruz, para que cualquiera que está en peligro de muerte a causa del pecado, dirigiéndose a Él con fe -que ha muerto por nosotros-, sea salvado. “Dios, de hecho, - escribe san Juan- no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17).
Comenta San Agustín; “La misión del médico es sanar al enfermo pero si uno no cumple las prescripciones del médico, se destruye sólo. El Salvador ha venido al mundo- si tú no quieres ser salvado por Él, te juzgarás por ti mismo” (Sobre el Evangelio de Juan 12,12: PL 35, 1190). Por lo tanto, si infinito es el amor misericordioso de Dios, que llegó al extremo de dar a su único Hijo para recate de nuestra vida, grande es también nuestra responsabilidad: cada uno -en efecto- debe reconocer su propia enfermedad para poder ser curado; cada uno tiene que confesar su propio pecado, porque el perdón de Dios -ya donado en la Cruz-, pueda tener efecto en su corazón y en su vida.
Nuevamente escribe San Agustín: “Dios condena tus pecados; y si también tú los condenas, te unes a Dios… Cuando comienza a disgustarte aquello que haz hecho, entonces comienzan tus obras buenas, porque condenas tus obras malas. Las obras buenas comienzan con el reconocimiento de las obras malas” (ibid., 13: PL 35, 1191). A veces, el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Pero es sólo abriéndose a la luz, es sólo confesando sinceramente las propias culpas a Dios, que se encuentra la verdadera paz y la verdadera alegría. Es importante entonces acercarse regularmente al Sacramento de la penitencia, particularmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar nuestro camino de conversión.
Queridos hermanos, mañana celebraremos la fiesta solemne de San José. Agradezco de corazón todos aquellos que me recordarán en la oración, en el día de mi onomástico. En particular, les pido que recen por mi viaje apostólico a México y Cuba, que realizaré desde el próximo viernes. Confiemos a la intersección de la Beata Virgen María, tan amada y venerada en estos dos Países, que me preparo para visitar (CA/ER – Radio Vaticano).
BENDICIÓN DEL SANTO PADRE
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