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lunes, 25 de julio de 2011

ANGELUS 24/07/2011



Palacio apostólico de Castelgandolfo
Domingo 17 de julio de 2001

Queridos hermanos y hermanas:

Las parábolas evangélicas son breves narraciones que Jesús utiliza para anunciar los misterios del reino de los cielos. Al utilizar imágenes y situaciones de la vida cotidiana, el Señor «quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas... Nos muestra... al Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano» (Jesús de Nazaret I, Benedicto XVI-Joseph Ratzinger, La esfera de los libros, 2007, p. 233). Con este tipo de discursos, el divino Maestro invita a reconocer ante todo la primacía de Dios Padre: donde no está él, nada puede ser bueno. Es una prioridad decisiva para todo. Reino de los cielos significa, precisamente, señorío de Dios, y esto quiere decir que su voluntad se debe asumir como el criterio-guía de nuestra existencia.

El tema contenido en el Evangelio de este domingo es precisamente el reino de los cielos. El «cielo» no se debe entender sólo en el sentido de la altura que está encima de nosotros, pues ese espacio infinito posee también la forma de la interioridad del hombre. Jesús compara el reino de los cielos con un campo de trigo para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de todos los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto sólo será bueno si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), Jesús nos advierte que, después de la siembra del dueño, «mientras todos dormían», intervino «su enemigo», que sembró la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces. San Agustín, comentando esta parábola, observa que «muchos primero son cizaña y luego se convierten en trigo». Y añade: «Si estos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no llegarían al laudable cambio» (Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: pl 35, 1371).

Queridos amigos, el libro de la Sabiduría, del que está tomada la primera lectura de hoy, subraya esta dimensión del Ser divino. Dice: «pues fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo… porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos» (Sb 12, 13.16). Y el Salmo 85 lo confirma: «Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (v. 5). Por tanto, si somos hijos de un Padre tan grande y bueno, ¡tratemos de parecernos a él! Este era el objetivo que Jesús se proponía con su predicación. En efecto, decía a quienes lo escuchaban: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Dirijámonos con confianza a María, a quien ayer invocamos con la advocación de Nuestra Señora del Carmen, para que nos ayude a seguir fielmente a Jesús, y de este modo a vivir como verdaderos hijos de Dios.




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Después del Ángelus

Con profunda preocupación sigo las noticias procedentes de la región del Cuerno de África, y en particular de Somalia, golpeada por una gravísima sequía y, posteriormente, en algunas zonas, también por fuertes lluvias, que están causando una catástrofe humanitaria. Innumerables personas están huyendo de esa tremenda carestía en busca de comida y de ayuda.

Espero que aumente la movilización internacional para enviar inmediatamente auxilio a estos hermanos y hermanas nuestros, que ya han sufrido tanto, entre los cuales se encuentran muchos niños. Que a estas poblaciones que sufren no les falte nuestra solidaridad y el apoyo concreto de todas las personas de buena voluntad.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana, así como a los que se unen a ella por medio de la radio y la televisión. La liturgia de hoy nos presenta a Dios, bondadoso y rico en clemencia, que gobierna el mundo con sabiduría y cuya paciencia no tiene medida, otorgando al pecador el tiempo necesario para la conversión. En estos días, que para muchos son de descanso, invito a todos a abrir el corazón a la divina Palabra, para aprender cómo se comporta Aquel que todo lo puede y reflejar en nuestras vidas la grandeza de su amor y misericordia. Que a ello nos ayude la Santísima Virgen María. Feliz domingo.

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