Reproducimos publicación de Pilar Rahola
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Sudán retrata la hipocresía europea: Ni flotillas libertadoras, ni protestas progres subvencionadas por los partidos amigos
Personalmente viví uno de esos momentos en la noche en que Berlín destruyó su trágico muro y abrazó el futuro. Me recuerdo borracha de emoción, hermanada a esa ciudad y a esa gente cuyo corazón fragmentado había representado el alma destruida de Europa. Esa noche y en esa ciudad viví la extraordinaria fuerza de la historia. ¿Cuántos en Yuba, o en cualquier otra ciudad del sur sudanés, habrán vivido estos días esa misma fuerza esperanzadora? Por supuesto Sudán queda lejos de Europa, tanto que no hemos visto su desgarro y su sufrimiento durante todos estos largos años de horror.
En la vieja Europa, cuna de los derechos, volvimos a demostrar que también somos la cuna de los olvidos y que sólo movemos nuestra capacidad de indignación si el conflicto atañe a nuestros intereses o moviliza nuestros prejuicios. Y es que, como he escrito otras veces, muy pocos conflictos tienen su lugar en la pancarta de la indignación libertadora, quizá porque no responden a los esquemas sectarios de sus voceros. Al fin y al cabo, gritar contra EE.UU., que es el malo de película, o contra Israel, que es la representación del conspirador oscuro, es gratis, es bueno para el cutis y añade color al currículum progresista. Pero gritar contra el presidente de Sudán, uno de los islamistas más fanáticos y extremistas del mundo, responsable de auténticas masacres, eso no entraba en el catecismo de Mafalda.
Ni manifestaciones, ni flotillas libertadoras, ni entidades protestonas subvencionadas por los partidos amigos y dedicadas a explicar la maldad del dictador (eso sólo se hace con las propalestinas), ni panfletos ni resoluciones de parlamentos, nada. A pesar de que Omar Hasan Ahmad al Bashir inició, desde el golpe de Estado, un largo y violento proceso de islamización de todo el territorio y combatió con crueldad a los sudaneses del sur –por ser animistas y cristianos y negarse a la islamización–, y a pesar de que la guerra en Sudán llegó a la friolera de más de un millón de muertos, Europa ni bostezó. Sólo empezó a preocuparse y a movilizar su virtual Tribunal Internacional cuando Estados Unidos presionó seriamente. Entre otras cosas, porque el amigo Omar era tan amigo de sus amigos que dio cobertura a yihadistas bien conocidos. Finalmente ha acabado la pesadilla y los sudaneses del sur han conquistado su derecho a existir. Es una esperanza frágil, sometida a los vaivenes dramáticos de la zona, pero esperanza al fin.
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