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martes, 22 de noviembre de 2011

CARTA DE UN PERIODISTA A BENEDICTO XVI SOLICITANDO HOMILÍAS DE 5 MINUTOS
















Hace algún tiempo había escrito algunos apuntes para un artículo cuasi serio después de haber ido a misa y haber sufrido durante una homilía. El inicio de la celebración había sido muy bello, habíamos entrado en un hermoso crescendo hacia el momento central; pero más de quince minutos de homilía, tal vez no del mismo grado de intensidad, me habían hecho experimentar un proceso inverso.
 
Había escrito lo que encontraréis abajo con la intención de no publicarlo; un descargue destinado al cajón, mejor dicho, a los «archivos» de los escritos jamás publicados. Pero, hace algunos días, me cayó delante de los ojos una noticia de agencia, protagonista: el presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, biblista de renombre, inventor del «Patio de los Gentiles», y me dije a mí mismo: entonces...
 
El cardenal Gianfranco Ravasi, invitado —en calidad de biblista e intelectual— a inaugurar, en la Pontificia Universidad Gregoriana, un curso sobre la palabra, afirmaba:
 
«La palabra está sufriendo. También para la comunidad eclesiástica, la Iglesia y su comunicación. La palabra es traicionada y humillada». Incluso desde el púlpito. Ravasi llama a la causa directamente a los sacerdotes. Porque «con frecuencia los sermones son tan incoloros, insípidos, inodoros, que resultan irrelevantes». En cambio, «es necesario recuperar la palabra que “ofende”, hiere, inquieta, juzga», la «palabra sana, auténtica, que deja marca». Y es preciso no olvidar que hoy, guste o no, quien escucha «es hijo de la TV y de internet».
 
Y continúa: Ravasi recurre a Voltaire y a Montesquieu, y dice con ellos que «la elocuencia sacra es como la espada de Carlo Magno, larga y plana: aquello que no puede dar en profundidad, lo da en largo». El tono del cardenal es liviano, pero cortante. «El sacerdote no debe aceptar que la palabra sea humillada. Está claro que la capacidad de hablar es, en parte, don natural, pero también está la formación, el aspecto pedagógico, los instrumentos técnicos de los cuales dotarse. Y esto es algo que hoy falta en los seminarios.»

Para terminar: «Umberto Eco estima que hoy los jóvenes utilizan solo 800 palabras. Esto impone a quien habla esencialidad, fuerza, narración, color».
 
Entonces, tomé coraje y saqué a relucir mi pedido, que espero que sea formalmente correcto, porque no tengo experiencia en el campo; es la primera vez que escribo a un papa.
 
«Santidad: Me permito hacerle un pedido, gracioso, pero solo hasta un cierto punto.
 
Tiene que ver con las homilías.
 
Aquellas que oímos, cada domingo, cuando vamos a misa.
 
Es un pedido que, en realidad, contiene varias sugerencias, propuestas, ideas; y como es costumbre al dirigirse a usted, con toda humildad, naturalmente.
 
La primera idea es un tanto radical. Proclamar un período (decida usted la duración) de ayuno de de homilías. Es decir: establecer que, durante un año en las iglesias (con excepción, obviamente, del Papa y los obispos) no se pronuncien homilías. No me pida explicaciones ni razones. No deseo ofender los sentimientos (buenos) de nadie. Pida explicaciones, si lo desea, a Giulio Andreotti, que —si mal no recuerdo— intenta(ba) ir a misa muy temprano en la mañana, precisamente para no escuchar homilías. Yo creo que, si la homilía fuera sustituida por un breve período de recogimiento y de meditación de las palabras apenas oídas en las Lecturas, podría resultar beneficioso para todos.
 
Segunda sugerencia; esto, obviamente, de corte bromista. Obligar a los sacerdotes a asistir a un curso de periodismo y, en particular, de periodismo de agencia o televisivo. Más de una vez nos han dicho, durante nuestra presencia ya de larga data en redacciones, que en cincuenta líneas se puede describir la historia de una vida. ¿Es posible que sea imposible escribir, en el mismo espacio, una reflexión sobre el Evangelio del día?
 
Tercera posibilidad (también esta un poco en broma, pero...): pedirle a la Congregación que corresponda que redacte un documento en que establezca taxativamente que el tiempo dedicado a la homilía no debe superar los cinco minutos. Un santo, o un padre de la Iglesia, dijo une vez: "en los primeros cinco minutos habla Dios, en los otros cinco habla el hombre, en los restantes más de cinco minutos habla el diablo". Tiendo a creer que, en realidad, después de los primeros cinco minutos desde muchos púlpitos continúa hablando el hombre; y, lamentablemente, no todos están a Su altura, al escribir y pronunciar los discursos. Y la experiencia nos hace palpable —sin culpa de nadie, los sacerdotes son animados por los mejores sentimientos, y están llenos de santo entusiasmo— que una homilía que se alarga. se pierde, divaga. toca muchos puntos diversos, lo que a menudo no ayuda a mantener la concentración y la tensión espiritual creada por las Lecturas. Al contrario. Naturalmente, estarían exentos el Papa, los cardenales, los patriarcas y los arzobispos metropolitanos. Sobre los obispos y los abades, se puede discutir... :-)))». Esperemos que alguien se lo haga leer.



V.I. / MARCO TOSATTI
ROMA 

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