Ser administradores alertas de la casa del mundo, es la invitación del misterio que celebramos en el Adviento, explicó el Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, en su saludo en español, después de la oración mariana del Ángelus, que dirigió desde la ventana de su estudio. El misterio de “la venida del Señor a nuestra tierra, que aviva también nuestra esperanza en su venida gloriosa”, “nos invita a ser administradores vigilantes de la casa de Dios, que es el mundo” dijo-, y terminó rogando a la Virgen Madre “que nos enseñe a ser cada vez más testigos de la acción y presencia de Dios en medio de todos y poder así recibir un día los bienes que nos tiene prometidos.”
Como un plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo
Como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo, “la vida no tiene solo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, reflexionó Benedicto XVI, previamente a la oración del Ángelus. “Una plantita pensante, el hombre, dotado de libertad y responsabilidad, por la cuál cada uno será llamado a dar cuenta de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si se las ha guardado para sí o si las he hecho fructificar también para el bien de los hermanos”.
El Sucesor de Pedro dijo también que, el tiempo de Adviento iniciado despierta en los corazones la espera de Cristo y nos recuerda que Dios es Padre y Amigo y que el hombre es el dueño del mundo. “El tiempo de Adviento viene cada año para recordarnos esto, para que nuestra vida encuentre nuevamente su justa orientación, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “patrón”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: “Porque tú, Señor, eres nuestro Padre, nosotros somos tu arcilla y tú nuestro alfarero, ¡todos somos la obra de tus manos! (Is 64,7)”. jesuita Guillermo Ortiz -RV
Texto completo de la reflexión del Papa, previa a la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy iniciamos con toda la Iglesia el nuevo Año Litúrgico: un nuevo camino de fe, que hay que vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también –como siempre- para recorrerlo al interno de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico inicia con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el cual se despierta en los corazones la espera del regreso de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
“Estén atentos”. Este es el llamado de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “Estén prevenidos” (Mc 13,37). Es un llamado saludable a recordarnos que la vida no tiene sólo una dimensión terrena, sino que está proyectada a un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotado de libertad y responsabilidad, por la que cada uno será llamado a dar cuenta de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si se las ha guardado para sí o si las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.
También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una oración afligida, dirigida a Dios en nombre de su pueblo. El reconoce las faltas de su gente, y a un cierto momento dice: “No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrase a ti, porque tú nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas” (Is 64,6). ¿Cómo no quedar conmovido por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo post-moderno: las ciudades en donde la vida se vuelve anónima y horizontal, en donde Dios parece ausente y el hombre el único patrón, como si fuera él el artífice y el director de todo: las construcciones, el trabajo, la economía, los transportes, las ciencias, la técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, de este modo, que parece casi perfecto, suceden cosas sorprendentes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las cuales nosotros pensamos que Dios se haya como retirado, nos haya –por así decirlo- abandonado a nosotros mismos.
En realidad, el verdadero “patrón” del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: “Estén atentos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue al improviso y los encuentre dormidos” (Mc 13, 35-36). El tiempo de Adviento viene cada año para recordarnos esto, porque nuestra vida encuentre nuevamente su justa orientación, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “patrón”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: “Porque tú, Señor, eres nuestro Padre, nosotros somos tu arcilla y tú nuestro alfarero, ¡todos somos la obra de tus manos! (Is 64,7) (Radio Vaticana / Traducción del italiano: Claudia Alberto; jesuita Guillermo Ortiz)
Como un plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo
Como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo, “la vida no tiene solo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, reflexionó Benedicto XVI, previamente a la oración del Ángelus. “Una plantita pensante, el hombre, dotado de libertad y responsabilidad, por la cuál cada uno será llamado a dar cuenta de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si se las ha guardado para sí o si las he hecho fructificar también para el bien de los hermanos”.
El Sucesor de Pedro dijo también que, el tiempo de Adviento iniciado despierta en los corazones la espera de Cristo y nos recuerda que Dios es Padre y Amigo y que el hombre es el dueño del mundo. “El tiempo de Adviento viene cada año para recordarnos esto, para que nuestra vida encuentre nuevamente su justa orientación, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “patrón”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: “Porque tú, Señor, eres nuestro Padre, nosotros somos tu arcilla y tú nuestro alfarero, ¡todos somos la obra de tus manos! (Is 64,7)”. jesuita Guillermo Ortiz -RV
Texto completo de la reflexión del Papa, previa a la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy iniciamos con toda la Iglesia el nuevo Año Litúrgico: un nuevo camino de fe, que hay que vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también –como siempre- para recorrerlo al interno de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico inicia con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el cual se despierta en los corazones la espera del regreso de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.
“Estén atentos”. Este es el llamado de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “Estén prevenidos” (Mc 13,37). Es un llamado saludable a recordarnos que la vida no tiene sólo una dimensión terrena, sino que está proyectada a un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotado de libertad y responsabilidad, por la que cada uno será llamado a dar cuenta de cómo ha vivido, de cómo ha utilizado sus propias capacidades: si se las ha guardado para sí o si las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.
También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una oración afligida, dirigida a Dios en nombre de su pueblo. El reconoce las faltas de su gente, y a un cierto momento dice: “No hay nadie que invoque tu Nombre, nadie que despierte para aferrase a ti, porque tú nos ocultaste tu rostro y nos pusiste a merced de nuestras culpas” (Is 64,6). ¿Cómo no quedar conmovido por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo post-moderno: las ciudades en donde la vida se vuelve anónima y horizontal, en donde Dios parece ausente y el hombre el único patrón, como si fuera él el artífice y el director de todo: las construcciones, el trabajo, la economía, los transportes, las ciencias, la técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, de este modo, que parece casi perfecto, suceden cosas sorprendentes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las cuales nosotros pensamos que Dios se haya como retirado, nos haya –por así decirlo- abandonado a nosotros mismos.
En realidad, el verdadero “patrón” del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: “Estén atentos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue al improviso y los encuentre dormidos” (Mc 13, 35-36). El tiempo de Adviento viene cada año para recordarnos esto, porque nuestra vida encuentre nuevamente su justa orientación, hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “patrón”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: “Porque tú, Señor, eres nuestro Padre, nosotros somos tu arcilla y tú nuestro alfarero, ¡todos somos la obra de tus manos! (Is 64,7) (Radio Vaticana / Traducción del italiano: Claudia Alberto; jesuita Guillermo Ortiz)
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