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lunes, 19 de septiembre de 2011

BENEDICTO XVI PREPARA A LOS ALEMANES



Señoras y señores, queridos connacionales:


En pocos días partiré para mi viaje a Alemania, y estoy muy contento de ello. Pienso con alegría particularmente en Berlín, donde tendrán lugar muchos encuentros, y, naturalmente en el discurso que pronunciaré en el Bundestag y en la gran misa que podremos celebrar en el Estadio Olímpico.


Uno de los momentos importantes de la visita será Erfurt: en ese monasterio agustino, en esa iglesia agustina, donde Lutero empezó su camino, podré reunirme con los representantes de la Iglesia evangélica de Alemania. Allí oraremos juntos, escucharemos la Palabra de Dios, reflexionaremos, hablaremos juntos. No esperamos ningún acontecimiento sensacional: de hecho, la verdadera grandeza del evento consiste precisamente en esto, que en este lugar juntos podemos pensar, escuchar la Palabra de Dios y orar, y así estaremos íntimamente próximos y se manifestará un verdadero ecumenismo.


Algo especial para mí es el encuentro con Eichsfeld, esta pequeña franja de tierra que, aún pasando por todas las peripecias de la historia, ha permanecido católica; luego el sudoeste de Alemania, con Friburgo, la gran ciudad, con muchos encuentros que allí tendrán lugar, sobre todo la vigilia con los jóvenes y la gran misa que concluirá el viaje.
Todo ello no es turismo religioso, y menos todavía un «show». De qué se trata, lo dice el lema de estas jornadas: «Donde está Dios, ahí hay futuro». Debería tratarse del hecho de que Dios vuelva a nuestro horizonte, ese Dios con tanta frecuencia totalmente ausente, de quien, en cambio, tenemos tanta necesidad.


Tal vez me preguntaréis: «¿Pero existe Dios? Y si existe, ¿se ocupa verdaderamente de nosotros? ¿Podemos llegar a él?». Cierto, es verdad: no podemos poner a Dios en la mesa, no podemos tocarlo como un utensilio o tomarlo con la mano como un objeto cualquiera. Debemos desarrollar de nuevo la capacidad de percepción de Dios, capacidad que existe en nosotros. En la grandeza del cosmos podemos intuir algo de la magnitud de Dios. Podemos utilizar el mundo a través de la técnica, porque está construido de manera racional. En la gran racionalidad del mundo podemos intuir el espíritu creador de quien aquél deriva, y en la belleza de la creación podemos intuir algo de la belleza, de la grandeza y también de la bondad de Dios. En la Palabra de las Sagradas Escrituras podemos escuchar palabras de vida eterna que no vienen sencillamente de hombres, sino que vienen de Él, y en ellas oímos su voz. Y finalmente, casi vemos a Dios también en el encuentro con las personas que han sido tocadas por Él. No pienso sólo en los grandes: desde san Pablo hasta Francisco de Asís y la Madre Teresa; sino que pienso en las muchas personas sencillas de las que nadie habla. Y sin embargo, cuando las encontramos, emana de ellas algo de bondad, sinceridad, alegría, y nosotros sabemos que ahí está Dios y que Él nos toca también a nosotros. Así que, en estos días, deseamos empeñarnos en volver a ver a Dios, para nosotros mismos volver a ser personas desde las que entre en el mundo una luz de la esperanza, que es luz que viene de Dios y que nos ayuda a vivir.

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