En un escenario maravilloso, en Tierra Santa, se ha celebrado la fiesta de la impresión de los estigmas de san Francisco de Asís, que recibió esta gracia el 17 de septiembre de 1224 en el monte sagrado de la Verna. La ciudad de Acre, centro antiguo y floreciente del que aún se pueden admirar los espléndidos restos cruzados y turcos conservados en el interior de la ciudad vieja, protegida por sus bastiones, ha acogido esta importante fiesta franciscana ofreciendo uno de las más bellas e inspiradas localizaciones. Es precisamente a Acre adonde arribó la nave que traía a san Francisco, entre el año 1219 y 1220, en su visita a la Tierra Santa, llegado hasta Damieta junto con los participantes de la quinta Cruzada. Todavía hoy en el interior de la ciudad vieja, con sus mercados y bazares, se conserva el estilo y el gusto pintoresco de las ciudades orientales.
Bordeando la costa, justo detrás del faro que se alza sobre un promontorio, se llega hasta la pequeña iglesia latina de San Juan Bautista, construida por los franciscanos en el 1737 sobre los cimientos de la vieja iglesia cruzada de San Andrés. Este bellísimo santuario de piedra, custodiado actualmente y bajo la cura del padre franciscano fray Quirico Calella, es un precioso punto de referencia para la comunidad cristiana local, compuesta por alrededor de mil cristianos árabes a los que se añaden otros cristianos, católicos y ortodoxos, procedentes de la Europa oriental.
Aquí, la tarde del 17 de septiembre, se ha conmemorado el don de los estigmas de san Francisco con una santa misa solemne presidida por fray Quirico y concelebrada por fray Mario Hadchiti, actual guardián franciscano de la Basílica de la Transfiguración, en el Monte Tabor, y por un sacerdote de la Comunidad Mundo X, un grupo que trabaja en la recuperación de los jóvenes drogodependientes y que está presente, desde hace ya algunos años, en el santuario de la Transfiguración en el Tabor. Entre otros, estaban presentes en la celebración el Dr. Jurgen Schwarts con su mujer, principal artífice de un proyecto de educación musical que ha hermanado una escuela de Recklinghausen, en Alemania, con una escuela de Acre; y el Cnel. Fabio Gianbartolomei con su consorte, nuevo Agregado Militar en la Embajada de Italia en Tel Aviv. Han participado también en la santa misa la comunidad de las hermanas franciscanas de Nazaret y la comunidad de hermanas de San Juan Bautista de Jerusalén. La liturgia ha estado animada, con gran elegancia, por los chicos de la Comunidad Mundo X, que han interpretado los más conocidos cánticos franciscanos. Regalo de esta comunidad ha sido también una apetitosa {crostata} (tarta) de mermelada, a la que se han hecho los merecidos honores primero en la sacristía y luego en la mesa del restaurante, durante la cena festiva que ha seguido a la celebración y que ha organizado fray Quirico para sus huéspedes.
En su homilía, fray Quirico ha hablado con gran sensibilidad de la figura de san Francisco partiendo de la liturgia (Gal 6,14-18; Lc 9,23-26), para después poner el acento en el gran amor y la gran devoción de san Francisco a Cristo crucificado. San Francisco asumió la cruz cotidiana y aceptó la voluntad de Dios, su plan preparado para nosotros desde la eternidad, convirtiéndola en la condición esencial para ser discípulo de Jesús. Como recuerda Dante, «Por la sed del martirio / en presencia del Sultán soberbio / predicó a Cristo y los otros que le siguieron» (Par. XI, 100-102), san Francisco anunció el Evangelio y llevó su mensaje de paz incluso al sultán Al-Malik al-Kamil, en 1219, en las cercanías de Damieta (Egipto), obteniendo con este gesto valeroso el don de una amistad que duró toda la vida y la posibilidad de visitar libremente Belén y Jerusalén, entonces bajo el poder musulmán. Después de algún tiempo, tras su regreso a Italia procedente de Tierra Santa, san Francisco «de Cristo recibió su último sello / que sus miembros llevaron por dos años» (Par. XI, 107-108), es decir, recibió los estigmas, que le asociaron aún más estrechamente a Cristo y a su Pasión, como último signo tangible de identificación en el amor.
San Francisco ha sido, probablemente, uno de los santos más cercanos a Jesús y es una figura amada y admirada en todo el mundo, tanto que el papa Juan Pablo II eligió precisamente Asís para la celebración de los encuentros para el diálogo interreligioso con los líderes mundiales de todas las religiones. Una fecunda iniciativa que todavía perdura. Y la historia de Acre, con sus más de tres mil mártires franciscanos y locales del pasado, nos recuerda el enorme costo de estas grandes conquistas de diálogo y de paz. En el VIIIº centenario del nacimiento de las Clarisas, que se celebra este mismo año, no podemos olvidar que, cuando cayó San Juan de Acre, en 1291, arrebatada a los cruzados por el sultán Malik al-Ashraf, 60 clarisas perdieron la vida en las masacres que se sucedieron.
Hoy, los franciscanos están todavía presentes en Acre, custodian el santuario, rezan por la paz, trabajan incansablemente por la integración y la convivencia en esta compleja comunidad local que cuenta actualmente con unos 35.000 judíos, 14.000 árabes, con una pequeña minoría cristiana, y otros grupos minoritarios. Y los estigmas impresos en el cuerpo de san Francisco nos revelan que el amor es una búsqueda constante del Otro dentro de sí y que la cercanía con Dios no es un “hecho”, sino un “acto”, un camino de acercamiento a la luz del Bien, una tensión infinita que coloca el centro de todo más allá de los cielos.
Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Marco Gavasso
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