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jueves, 27 de octubre de 2011

EL ALMA DE TODO SACERDOCIO



P. Raniero Cantalamessa, Franciscano Capuchino, fue ordenado sacerdote en 1958. Doctor en Teología y en Literatura, fue profesor de Historia de las origines cristianas en la Universidad católica de Milán y Director del instituto de ciencias religiosas. Miembro de la Comisión Teológica Internacional de 1975 hasta 1981. Recibió el bautismo en el Espíritu en 1977 y en 1979 quito la enseñanza académica para dedicarse enteramente al servicio de la Palabra de Dios. En 1980 fue nombrado Predicador de la Casa Pontificia. En fuerza de esto oficio en todos estos años ha predicado cada semana en Cuaresma y en Adviento a la presencia del Papa de los Cardenales y Obispos de la Curia Romana y de los Superiores de las ordenes religiosas.


Este librito recoge las meditaciones tenidas en la Casa Pontificia, en presencia del papa Benedicto XVI, durante el Adviento del año 2009 y la Cuaresma del año 2010 con ocasión del año sacerdotal convocado por el mismo pontífice para conmemorar los 150 años de la muerte del Santo Cura de Ars. A ellas se añade, al final, la predicación tenida en la Basílica de San Pedro el Viernes Santo de 2010, sobre el tema de Cristo Sumo sacerdote.  Siguiendo la línea indicada por el papa en la carta de convocatoria del año sacerdotal, del 16 de junio de 2009, no he tratado tanto de subrayar en un «meticuloso estudio» las deficiencias del clero, cuanto de ayudar a descubrir la belleza de la vocación sacerdotal, «el alma de todo sacerdocio», y favorecer así una profunda renovación del sacerdocio «en el Espíritu Santo» He retomado en uno y otro lado ideas expresadas con anterioridad en mis libros, en particular La vida en Cristo y, para el último capítulo, María, espejo de la Iglesia, aplicándolas especialmente a los sacerdotes. Sin embargo, el libro no está destinado a los miembros del clero, sacerdotes y obispos, sino a todos los bautizados. Por dos motivos: primero, porque también ellos deben conocer qué es el sacerdote y qué representa para ellos, según la advertencia que el Apóstol dirigía a los corintios: «Todos deben saber qué somos: servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (cf. 1 Cor 4, 1); segundo porque el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio universal de todos los creyentes; ambos participan, de modo diverso, en el sacerdocio único de Cristo y se iluminan recíprocamente. Sacerdotes y laicos -unos en representación de Cristo, y los otros en unión con Cristo- están llamados a decir, también en nombre propio, dirigido a los hermanos, las palabras de la consagración «Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Tomad y bebed, esta es mi sangre».







CSP

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