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viernes, 28 de octubre de 2011

LA VERDAD SOBRE LA FIESTA HALLOWEEN Y LO QUE DICE LA IGLESIA CATÓLICA





¿Qué celebramos los católicos el 30 y 31 de octubre? La respuesta es NADA. En realidad en esos días no celebramos nada desde nuestra fe, lo que los católicos celebramos son el día 1 y 2 de noviembre: la fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos. Esta es la cuestión fundamental. Muchísimas personas que dicen ser católicas piensan y festejan con sus hijos el halloween y se les olvida que lo mas importante cercano a esa fecha es que celebramos y creemos en la Comunión de los Santos.


La mercadotecnia ha logrado desvirtuar lo que es la fe cristiana hacia una mentalidad consumista, ajena y a veces hasta contraria a lo que creemos.


Así pues, ni en su origen, ni en su desarrollo, ni en su celebración actual, el halloween se relaciona con nuestra fe.


Es tiempo de decidirnos y ser coherentes con lo que creemos.   El año pasado, la Conferencia Episcopal Española, siguiendo una propuesta de la Conferencia Episcopal Británica, animó a los niños a disfrazarse de santos en lugar de vestirse de brujas o calaveras la noche de Halloween, en la víspera del Día de Todos los Santos, para que les sirva como "estímulo" para seguir con su vida cristiana. Disfrazarse con atuendos relacionados con el terror no tiene ningún sentido.


El padre Canals, secretario técnico de la Comisión Episcopal de Liturgia,  advirtió que todo lo demás es "pagano" y que es necesario "cristianizar totalmente" el Día de Todos los Santos.  Además, afirmó que esta sugerencia puede ayudar a recuperar la celebración de la fiesta "como estaba al principio" y no con los elementos que se han introducido posteriormente, pues"no es pedagógico para los niños" ya que "no lo hacen con un sentido religioso, de rezar por los muertos, sino profano".


La Conferencia Episcopal Británica publicó un comunicado en el que anima a todos los cristianos a encender una luz en su ventana el 31 de octubre, noche de Halloween para mostrar que son seguidores de Jesucristo, y reivindicar el sentido religioso de la fiesta, una iniciativa denominada 'Night of light'.


Entre otras propuestas, la Iglesia de Reino Unido sugiere hacer vigilia, acudir a misa y llevar una prenda de color blanco.

Valoremos nuestra fe y feliz día de todos los santos.

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Publicamos la carta dominical para el próximo 30 de octubre de 2011 del cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo de Barcelona, con el título “La comunión de los santos”.


En nuestra cultura y en nuestras tradiciones están muy presentes dos fiestas cristianas que celebramos muy unidas. Se trata de Todos los Santos y los Difuntos. Son dos solemnidades riquísimas de contenido teológico y espiritual. Se trata de la Iglesia de los santos y de la Iglesia que se purifica, respectivamente.


La solemnidad de Todos los Santos da el tono de entrada a todas las demás fiestas. Es la solemnidad de la asamblea celestial. Martimort, experto en liturgia, decía que la Iglesia no tiene una edad de oro histórica, como por ejemplo en las literaturas, a la cual sea normal referirse como clásica. La edad de oro de la Iglesia es celestial. En cualquier época de la historia, la Iglesia terrenal lleva en ella la presencia del Reino de Dios.


Desde el siglo V se hace memoria de los santos en las plegarias eucarísticas y su culto se desarrolla de forma progresiva. Comenzó haciendo memoria de los mártires de cada iglesia diocesana y de los mártires más famosos de las otras diócesis. Una fiesta de Todos los Santos ya es conocida en el siglo V en unas cuantas Iglesias de Oriente, desde donde pasó a Roma. El 13 de marzo de 610, el Papa Bonifacio IV transformó en iglesia el Panteón romano y lo dedicó a María y a los mártires, e hizo de este día la fiesta de Todos los Santos, que el año 835 el papa Gregorio IV pasó al día 1 de noviembre.


La fiesta de Todos los Santos pone de relieve la vocación universal de los cristianos a la santidad. Esta es la primera y fundamental vocación de los bautizados y es expresión de su gran dignidad.


La plegaria por los difuntos es una de las prácticas cristianas que nos viene desde los mismos orígenes, y de alguna manera podemos decir que es una práctica con unas raíces religiosas profundas, aunque en la fe cristiana adquiera una nueva dimensión totalmente propia. El sentido cristiano de esta plegaria por los difuntos se fundamenta en la comunión con los que han muerto y en la experiencia de la condición pecadora que nos corresponde. Con esta plegaria encomendamos a los difuntos a la misericordia de Dios. El fundamento de esta plegaria de intercesión es la fe y la comunión cristianas en la fuerza de la muerte y de la resurrección de Cristo.


La comunión de los santos consiste en que entre todos los cristianos que integran la Iglesia en cualquiera de sus tres etapas -peregrina, purgante y triunfante- existe una verdadera comunicación espiritual de bienes, como consecuencia de la unión de todos los creyentes con Jesús y en la Iglesia, que es su Cuerpo. Los cristianos gozamos de un patrimonio común formado por los méritos de Cristo y las buenas obras y la plegaria de la Virgen Santísima y de los santos.


Nuestra fe cristiana es culto a la Vida y proclamación de que la muerte no tiene la última palabra en la historia humana, porque nuestro Dios es un Dios de vivos y, por el Espíritu Santo, nos da la Vida en Jesucristo resucitado. Estas fiestas dan su sentido auténtico a la muerte, una realidad profundamente humana. Resulta evidente lo que afirma el Concilio Vaticano II cuando dice que la muerte "es el mayor enigma de la vida humana". Sin embargo, Jesús ilumina este enigma con sus palabras: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá." La muerte, para un creyente en Cristo, es ciertamente el punto final de la vida terrenal, pero es también la aurora de una vida nueva y feliz en la posesión de Dios por toda la eternidad.



+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona       













CSP
EUROPA PRESS
COMBATE ESPIRITUAL

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