No pasaron siquiera seis meses de la beatificación del papa polaco, y en el Parlamento de su país natal ingresan cuarenta diputados de una fuerza política declaradamente anticlerical. Algo inaudito en la más que milenaria historia de la «Polonia semper fidelis», que justamente suscita el interés en el extranjero y más de un interrogante dentro de aquel que, hasta hace poco, era considerado un baluarte del catolicismo mundial. Juan Pablo II ya en 1991 ponía en guardia a sus connacionales sobre el uso distorsionado de la libertad reconquistada a un precio tan alto, sobre todo cuando se la separa de la fe y de los valores cristianos. ¿Pero será realmente verdad que aquello que sucedió en Polonia con las elecciones políticas del 9 de octubre pasado debe ser considerado una desgracia? ¿O más bien se trata simplemente de un incidente en el camino, de una enfermedad de crecimiento?
La fuerza anticlerical se llama «Ruch Palikota», movimiento de Palikot, que toma el nombre de su fundador, Janusz Palikot, nacido en 1964, con un pasado de empresario brillante y un futuro igualmente prometedor en política. De militante del partido liberal de derecha «Platforma obywateska» (Plataforma Cívica) del primer ministro Donald Tusk, victorioso tanto en el 2007 como en esta última vuelta electoral, Palikot pasa a ser diputado y uno de los personajes más sobresalientes de la escena política polaca. Con su carácter exuberante, un poco de niño travieso, un poco contreras, comienza a ser un estorbo, y después de haber insultado durante la vida —y, sobre todo, después de la muerte— al presidente Lech Kaczyński, perito en el incidente aéreo del 10 de abril del 2010 en Smoleńsk, es echado. Palikot no cae al vacío: como amenazaba ya desde antes, tiene preparado el proyecto de un partido propio. Su movimiento nace oficialmente a comienzos de octubre del año pasado. Los excompañeros, así como los observadores, lo dan enseguida por perdedor. Cuando se presenta a las elecciones recientes se dice que, si le va bien, obtendrá el 1,5 % de los votos. También porque, desde el comienzo, Palikot había entablado una guerra contra la Iglesia. Para ser honestos, se debería decir más bien contra la jerarquía y el clero, teniendo cuidado de no ofender a la fe ni a los fieles. «Me esforzaré por lograr la expulsión de la enseñanza de la religión católica de las escuelas públicas», promete Palikot. Durante sus mítines, invita a los obispos —según él, todos llenos y en buena posición económica— a renunciar a los privilegios fiscales y contribuir por si mismos, y citando el ejemplo de Juan Pablo II, que «no dejó nada en esta tierra», recuerda que la Iglesia debería volver a ser pobre. «Nosotros no combatimos a la Iglesia en lo que respecta a la fe, la ayuda y el servicio a la gente. Combatimos a la Iglesia en cuanto partido político, corporación financiera. La Iglesia no debería ocuparse de política y acumular los bienes», explica durante la campaña electoral.
Su programa también incluye, no obstante, la liberalización de la uniones homosexuales (sin derecho de adopción de menores), como también del aborto, de la fecundación asistida y de las drogas livianas, lo que basta para ser juzgado como encarnación del mal por los biempensantes. A medida que se acercan las elecciones, la popularidad de Janusz Palikot y de su movimiento crecen hasta superar virtualmente el umbral del 5 % indispensable para acceder a la Cámara de Diputados (partidario de la abolición del senado, Palikot, mostrando coherencia, no se presenta a la Cámara alta). A pesar del resultado final —el 10,01 %, que equivale a 1 429 000 votos—, que supera toda expectativa. El «Ruch Palikota», después de apenas un año de su nacimiento, es el tercer partido de Polonia, después de «Plataforma Cívica» de Donald Tusk y «Derecho y Ley» de Jaroslaw Kaczyński. La Alianza de la izquierda democrática (SLD), heredera del partido comunista, con su mísero 8,24 %, se rasga las vestiduras, consciente de que una parte importante de su electorado se fue con Palikot, porque ella no tuvo el coraje de atacar a la Iglesia. Pero los expertos dicen que a las filas del movimiento de Palikot —y ahora a las bancas del Parlamento— no se sumaron solo excomunistas, ateos y anticlericales, sino también jóvenes empresarios y ambiciosos, instruidos y con amplitud de miras.
En concomitancia con las elecciones parlamentarias se difundieron los resultados de un sondeo sobre la confianza que los polacos tienen en las instituciones, del que resulta que en los últimos cinco años, la Iglesia perdió un significativo 14 %. Esto llevó a algunos exponentes de la Iglesia a hacer un análisis muy honesto y sincero, que puede leerse también como comentario al voto del 9 de octubre. Don Janusz Mariański, sociólogo de la Universidad Católica de Lublino, no tiene dificultad para admitir que «la crítica a la Iglesia en la sociedad polaca desde el comienzo de las transformaciones del sistema tiene que ver con la excesiva atención que los sacerdotes pusieron sobre los bienes materiales, a los esfuerzos dirigidos a la reconquista de los privilegios pedidos durante el comunismo; la influencia excesiva sobre la sociedad y la llamada intervención en política, como también una moral tradicional y los intentos de imponerla a toda la población a través de la legislación estatal, por no hablar de los escándalos que involucran a obispos y sacerdotes». Todo esto, según el docente de la universidad de Lublino, «exige repensar el compromiso eclesiástico en los asuntos sociales y evitar ofrecer pretextos para los ataques a la Iglesia», porque, agrega don Mariański, «el potencial del anticlericalismo en la sociedad polaca es notable».
Este juicio es compartido por monseñor Józef Kupny, presidente de la Comisión Social del Episcopado polaco, para quien «los resultados de las elecciones han puesto de manifiesto la necesidad de la nueva evangelización en Polonia». Respondiendo a la pregunta de cómo juzga el éxito del movimiento de Palikot, Kupny declaró que es necesario analizar seriamente este fenómeno, porque la victoria de Palikot se debe a las instancias definitivamente contrarias a la enseñanza de la Iglesia. «Para nosotros es el enésimo desafío, teniendo en cuenta que la Iglesia es maestra de moralidad y debe formar las conciencias. Aquí, en cambio, vemos que los eslóganes que contradicen la escala de valores anunciada por la Iglesia han sido acogidos por una parte de la sociedad que ha votado al movimiento de Palikot.» Más evasivo se mostró el portavoz del episcopado polaco, don Jósef Kloch.
Para Kloch, los resultados de las elecciones demuestran fluctuaciones de los votos «de los partidos desaparecidos de la escena política o aquellos que no satisfacen a los electores hacia las fuerzas de protesta». «La democracia, si bien es el mejor modo de organizar las cosas del Estado, tiene sin embargo sus puntos débiles.» El mismo primer ministro Donald Tusk, que al inicio de la campaña electoral prometió «no arrodillarse ante sacerdotes y obispos» (recibiendo la respuesta de la izquierda de que no era necesario, dado que ya estaba postrado ante la jerarquía), quedó excluido de cualquier futura alianza con Palikot, en caso de que éste gane. Desconfianda de tales promesas, la derecha continuaba asustando a los polacos, hablando de un juego de equipo entre la «Plataforma Cívica» y el movimiento de Palikot. «Veréis que será él el vice primer ministro con el poder en la lucha con la Iglesia», decía el portavoz de «Derecho y Ley», Adam Hofman.
Sobre la proeza de Palikot, el histórico líder de «Solidarność» y expresidente, Lech Walesa, comentó que para él es bueno que el movimiento de Palikot sea la tercera fuerza política del país, porque es mejor que ciertos discursos se pronuncien dentro del Parlamento y no en la plaza. Al mismo tiempo, Walesa echó en cara a Palikot su aversión hacia a la Iglesia, recordando que el pueblo polaco «se basa sobre la fe». En un 90 %, sin embargo, como han demostrado las recientes elecciones.
V.I./Marek Lehnert
Roma
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