Está por ahí desde hace más de cincuenta años, perdida entre los bosques y las nieves de Montana. La túnica turquesa y los brazos abiertos para acoger a los esquiadores del Whitefish Mountain Resort. Un poco kitsch, sin preocuparse demasiado y saciando la curiosidad de algunos turistas. Por supuesto, con el paso del tiempo, se ha vuelto algo famosa.
Hace algunas semanas, hizo su aparición la “Fundación por la Libertad de la Religión”: «Señores, esa estatua se encuentra en suelo público. Es un ícono religioso y como tal viola el principio según el cual el gobierno federal no puede favorecer o promover ninguna religión. Hay que llevarla a una propiedad privada».
Y así, la estatua de Jesús, esculpida en 1953 en honor de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial (quienes la habían hecho erigir, inspirándose en las que vieron en las montañas europeas durante el conflicto), recibió una notificación oficial. Porque, aseguran, está en juego el principio de la separación entre el estado y la iglesia.
El «dueño», es decir el Servicio Forestal, sobre cuyo pedacito de tierra se erige la amenazante estatua, se asusta y envía la notificación a la sección local de una organización católica, los Caballeros de Colón, que en estas décadas se han ocupado de mantener el monumento.
Los Caballeros indican que mover el Jesús, dado la fragilidad del material, podría ser «fatal».
El veredicto de la política llega inexorablo: un senador republicano indica que la estatua, en virtud de su significado histórico, podría ser incluida en la lista del patrimonio nacional de los lugares de interés histórico. Prohibido, pues, moverla. Desde la Fundación replican hablando de «engaños y ficciones».
En resumen, la historia, como refien la Associated Press y el “Washington Times”, recuerda la atmósfera de las anécdotas de los años 50 de Giovannino Guareschi.
¿Cómo irá a terminar la historia? El Servicio Forestal se toma su tiempo. «Es un asunto complicado; veremos».
Los residentes de la zona, según lo que indica el periódico, sostienen que no entienden el clamor que ha suscitado el caso. «¿Por qué no nos dejan en paz? Nos hemos encariñado de la estatua, forma parte de nuestra tradición».
Él, el Jesús de la Big Mountain, sigue estando por ahí. Sin papeles (tal vez) y bendiciendo.
V.I./Mauro Pianta
Turín
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