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jueves, 13 de octubre de 2011

LA CAPILLA MULTICREDOS DEL PENTÁGONO















Cada día, una veintena de musulmanes que trabajan en el Pentágono se reúnen para rezar. Lo hacen en la capilla multicredos que existe justo en la parte del edificio que fue destrozado por el atentado del 11-S. “Aquí nunca ha habido polémica”, dice el teniente coronel Kenneth Williams, capellán del Pentágono, sede del Departamento de Defensa estadounidense. El año pasado, cuando los planes para erigir una mezquina en las inmediaciones de la Zona Cero de Nueva York levantaron gran controversia, algunas voces criticaron que haya una “mezquita camuflada” en el corazón de la Defensa de EE.UU., a escasos metros del memorial dedicado a las 183 víctimas del atentado de hace diez años. “Esto no es una mezquita, aquí hay servicios religiosos de media docena de denominaciones, desde católicos y episcopalianos a otros protestantes, hindús y judíos”, explica Williams, que es pastor baptista.


“A todos nos preside aquí una vidriera que recuerda el 11-S, con el águila que simboliza nuestra nación y 184 piedras carmesí por los fallecidos”, explica. Así que aquí, ante esa imaginería y delante la bandera norteamericana, despliegan sus alfombras las militares musulmanes y se ponen de rodillas. No hay ningún símbolo islámico, como tampoco cristiano, y el único elemento propio de una sola confesión es una pequeña pila de agua bendita. Los católicos son los que más frecuentan el lugar, junto con los musulmanes, pues se celebra misa diariamente; también hay horario de confesiones. Entre los cristianos de las Fuerzas Armadas de EE.UU. hay 222.000 católicos y 160.000 baptistas; los musulmanes son 3.100 y los judíos 4.760.


La capilla fue inagurada en 2002, un año después del atentado. Durante todo este tiempo ha sido lugar de visita de los familiares de las víctimas. “Vienen aquí, juntan las manos y rezan. La emoción de supervivientes y familiares es todavía muy intensa. El dolor sigue a flor de piel”, cuenta Williams, testigo privilegiado de ese dolor. “De las 184 personas que murieron aquí, 59 viajaban en el avión y 125 estaban en el Pentágono, de ellas 55 eran militares. Para muchas de sus familias, lo militar es casi una extensión de su hogar, así que vienen con frecuencia a esta capilla. Muchas veces lloran, y les recuerdo que, siendo un misterio la muerte y el dolor, sus seres queridos tuvieron una condecoración en el Cielo”. “Lo más duro”, añade este pastor baptista, “es cuando se te acerca alguien que ha sufrido una grave minusvalía para el resto de sus días. Les digo que rezar no es solo un consuelo, sino que ayuda a encontrar sentido de la vida, incluso después de una tragedia sin parangón como la del 11-S”.







ABC

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