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domingo, 9 de octubre de 2011

HOMILIA DE BENEDICTO XVI EN SU VISITA PASTORAL A LAMEZIA TERME








Respondamos a Dios, que nunca se cansa de amarnos, con nuestro amor a Él y al prójimo. Exhortando una vez más a la esperanza - en particular, ante las graves emergencias naturales y sociales, como la violenta criminalidad- Benedicto XVI alentó a perseverar en el testimonio de Cristo y en su amistad. En Lamezia Terme, en la región de Calabria, en el sur de Italia, el Papa presidió la Santa Misa y dirigió el rezo del Ángelus, en el marco de su visita pastoral, con el lema: “En el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!”.


En este XXVIII domingo del Tiempo Ordinario, dirigiéndose a los queridos hermanos y hermanas de esta tierra que conoce tantas dificultades, el Santo Padre les expresó su gran gozo por poder compartir con ellos el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía; así como su alegría por estar, por primera vez, en Calabria y encontrarse en la Ciudad de Lamezia Terme.


Texto completo de la homilía pronunciada en Lamezia Terme por el Santo Padre:


¡Queridos hermanos y hermanas!


Es grande mi gozo por poder compartir con ustedes el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Me alegra estar por primera vez aquí en Calabria y encontrarme en esta Ciudad de Lamezia Terme. Dirijo mi cordial saludo a todos ustedes que han acudido numerosos y les agradezco por su cariñosa acogida. Saludo en particular a su Pastor, Mons. Luigi Antonio Cantafora, y le agradezco por las corteses expresiones de bienvenida que me ha dirigido a nombre de todos. Saludo también a los Arzobispos y a los Obispos presentes, los Sacerdotes, los Religiosos y las Religiosas, los representantes de las Asociaciones y de los Movimientos eclesiales. Dirijo un deferente pensamiento al Alcalde, Prof. Gianni Speranza, agradecido por su amable saludo, al Representante del Gobierno y a las Autoridades civiles y militares, que con su presencia han querido honrar nuestro encuentro. Un agradecimiento especial a quienes han colaborado generosamente para la realización de mi Visita Pastoral.


La liturgia de este domingo nos propone una parábola que habla de un banquete de bodas en el que hay muchos invitados. La primera lectura, tomada del libro de Isaías, prepara este tema, porque habla del banquete de Dios. Es una imagen –aquella del banquete- muy usada en las Escrituras para indicar la alegría en la comunión y en la abundancia de los dones del Señor, y deja intuir algo de la fiesta de Dios con la humanidad, como describe Isaías: “Preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos de solera” (Is 25,6). El profeta añade que la intención de Dios es la de poner fin a la tristeza y a la vergüenza; quiere que todos los hombres vivan felices en el amor hacia Él y en la comunión recíproca; su proyecto entonces es el de eliminar la muerte para siempre, de enjugar las lágrimas sobre cada rostro, de hacer desaparecer la condición oprobiosa de su pueblo, como hemos escuchado (vv. 7-8). Todo esto suscita profunda gratitud y esperanza: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación” (V.9).


Jesús en el Evangelio nos habla de la respuesta que viene dada a la invitación de Dios – representado por un rey – para participar en este su banquete (Mt 22,1-14). Los invitados son muchos, pero sucede algo que es inesperado: se niegan a participar en la fiesta, tienen otras cosas por hacer; es más algunos muestran desprecio por la invitación. Dios es generoso hacia nosotros, nos ofrece su amistad, sus dones, su alegría, pero muchas veces nosotros no acogemos sus palabras, mostramos más interés por otras cosas, colocamos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses. La invitación del rey encuentra también reacciones hostiles, agresivas. Pero esto no frena su generosidad. Él no se desalienta, y manda a sus siervos para que inviten a muchas otras personas. El rechazo de los primeros invitados tiene como efecto la extensión de la invitación a todos, también a los más pobres, abandonados y desheredados. Los siervos reúnen a todos los que encuentran, y la sala se llena: la bondad del rey no tiene límites y a todos les es dada la posibilidad de responder a su llamado. Pero hay una condición para permanecer en este banquete de bodas: llevar puesto el vestido nupcial. Y entrando en la sala, el rey se percata de que alguno no lo ha querido vestir y, por esta razón, es excluido de la fiesta. Quisiera detenerme un momento sobre este punto con una pregunta: ¿Por qué este comensal ha aceptado la invitación del rey, ha entrado en la sala del banquete, le ha sido abierta la puerta, pero no ha vestido el traje nupcial? ¿Qué cosa es este vestido nupcial? En la Misa in Coena Domini de este año hice referencia a un bello comentario de san Gregorio Magno sobre esta parábola. Él explica que aquel comensal ha respondido a la invitación de Dios para participar de su banquete, tiene, en cierto modo, la fe que le ha abierto la puerta de la sala, pero le falta algo que es esencial: el traje nupcial, que es la caridad, el amor. Y san Gregorio añade: “Cada uno de ustedes, por lo tanto, que en la Iglesia tiene fe en Dios ya ha tomado parte en el banquete de bodas, pero no puede decir tener el traje nupcial si no custodia la gracia de la caridad” (). Y este vestido esta tejido simbólicamente por dos maderos, uno arriba y otro abajo: el amor de Dios y el amor del prójimo. Todos nosotros estamos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su banquete, pero tenemos que vestir y proteger el traje nupcial, la caridad, vivir un profundo amor a Dios y al prójimo.


¡Queridos hermanos y hermanas! He venido para compartir con ustedes alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Sé que ustedes se han preparado a esta Visita con un intenso camino espiritual, asumiendo como lema un versículo de los Hechos de los Apóstoles: “En el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!”. Sé que también en Lamezia Terme, como en toda Calabria, no faltan dificultades, problemas y preocupaciones. Si observamos esta bella región, reconocemos en ella una tierra sísmica no solamente desde el punto de vista estructural, de conducta y social; una tierra, es decir, donde los problemas se presentan en formas agudas y desestabilizadoras; una tierra donde la desocupación es preocupante, donde una criminalidad muchas veces encarnizada, hiere el tejido social, una tierra en la que se tiene la continua sensación de estar en emergencia. A la emergencia, ustedes calabreses han sabido responder con una prontitud y una disponibilidad sorprendentes, con una extraordinaria capacidad de adaptación al malestar. Estoy seguro de que sabrán superar las dificultades de hoy para preparar un futuro mejor. No cedan nunca a la tentación del pesimismo y del encerramiento en ustedes mismos. Hagan recurso de las reservas de su propia fe y de sus propias capacidades humanas; esfuércense por crecer en la capacidad de colaborar, de cuidarse el uno al otro y de cada bien público, custodien el traje nupcial del amor; perseveren en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente arraigados en la fe y en la historia de este territorio y de su población.


¡Queridos amigos! Mi visita se coloca casi al final del camino emprendido por esta Iglesia local con la redacción del proyecto pastoral quinquenal. Deseo agradecer con ustedes al Señor por el proficuo camino recorrido y por las tantas semillas de bien que han sido sembradas y que dejan bien esperar para el futuro. Para afrontar la nueva realidad social y religiosa, diferente del pasado, tal vez más cargada de dificultades, pero también más rica de potencialidades, es necesario un trabajo pastoral moderno y orgánico que comprometa en torno al Obispo a todas las fuerzas cristianas: sacerdotes, religiosos y laicos, animados por el compromiso común de evangelización. A este respecto, he acogido con agrado el esfuerzo en acto para ponerse a la escucha atenta y perseverante de la Palabra de Dios, mediante la promoción de encuentros mensuales en diversos centros de la Diócesis y la difusión de la práctica de la Lectio divina. Igualmente oportuna es también la Escuela de Doctrina Social de la Iglesia, tanto por la calidad articulada de la propuesta, como por su capilar divulgación. Auspicio vivamente que de tales iniciativas se desprenda una nueva generación de hombres y mujeres capaces de promover no tanto intereses de parte, sino el bien común. Deseo también alentar y bendecir los esfuerzos de cuantos, sacerdotes y laicos, están comprometidos en la formación de las parejas cristianas para el matrimonio y la familia, con el fin de dar una respuesta evangélica y competente a los tantos desafíos contemporáneos en el campo de la familia y de la vida.


Conozco, además, el celo y la dedicación con la que los Sacerdotes realizan el propio servicio pastoral, como también el sistemático e incisivo trabajo de formación a ellos dirigido, en particular hacia los más jóvenes. Queridos Sacerdotes, los exhorto a arraigar siempre más su propia vida espiritual en el Evangelio, cultivando la vida interior, una intensa relación con Dios y distanciándose con decisión de una cierta mentalidad consumista y mundana, que es una tentación recurrente en la realidad en la cual vivimos. Aprendan a crecer en la comunión entre ustedes y con el Obispo, entre ustedes y los fieles laicos, favoreciendo la estima y la colaboración recíprocas: de ello se obtendrán seguramente múltiples beneficios tanto para la vida de las parroquias como para la misma sociedad civil. Sepan valorizar, con discernimiento, según los conocidos criterios de la Iglesia, los grupos y movimientos: ellos deben estar bien integrados al interno de la pastoral ordinaria de la diócesis y de las parroquias, en un profundo espíritu de comunión.


A ustedes fieles laicos, jóvenes y familias, digo: ¡no tengan miedo de vivir y testimoniar la fe en los varios ámbitos de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana! Tienen todos los motivos para mostrarse fuertes, confiados y valerosos, y esto gracias a la luz de la fe y a la fuerza de la caridad. Y cuando tuviesen que encontrar la oposición del mundo, hagan suyas las palabras del Apóstol “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4,13). Así se comportaron los Santos y las Santas, florecidos, en el curso de los siglos, en toda Calabria. Que sean ellos quienes los protejan siempre unidos y quienes alimenten en cada uno el deseo de proclamar, con las palabras y con las obras, la presencia y el amor de Cristo. La Madre de Dios, por ustedes tan venerada, los asista y los conduzca al profundo conocimiento de su Hijo. ¡Amén!






Radio Vaticana

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