A poco más de un mes de la despedida de Benedicto XVI en Madrid, se empiezan a apreciar los primeros frutos de la Jornada Mundial de la Juventud.
Junio de 2011. Belén tiene 23 años, y padece la típica crisis de los jóvenes de su edad: terminar la carrera, no encontrar trabajo y no saber qué hacer con su vida. A Jesús García, 47 años, también le preocupa estar en el paro, pero más aún encontrar a alguien con quien casarse y formar una familia. Jesús Trujillo comparte su tiempo entre la universidad y su trabajo voluntario en la Diócesis de Sevilla, y le inquieta hallar su verdadera vocación.
Septiembre de 2011. Belén ha conseguido saber a qué quiere dedicar su vida. Jesús García se ha comprometido para casarse. Jesús Trujillo ha ingresado en el Seminario Municipal de Sevilla. A todos les ha cambiado la vida durante este verano. Y es que, a poco más de un mes de la despedida de Benedicto XVI en Madrid, se empiezan a apreciar los primeros frutos de la Jornada Mundial de la Juventud.
Belén Manrique pertenece a una familia muy católica, y en su crisis existencial le había pedido a Dios que la orientara para saber qué puede hacer una chica recién graduada de periodista, como ella, sin trabajo en Madrid. Con este deseo, se apuntó como voluntaria para la JMJ: «Estaba esperando escuchar lo que Dios tenía que decirme esa semana», cuenta. Ha asistido a la JMJ de Colonia (2005) y a la de Sidney (2008). Pero, como ella misma dice, en esas ocasiones no se enteró «de absolutamente nada» de lo que había dicho el Papa, en parte porque hablaba otro idioma y también porque ella había ido más por pasar un rato divertido y por conocer el país que por escuchar mensajes religiosos. Sin embargo, esta vez ha sido diferente: «He sentido que Benedicto ha venido a verme a mí, y no he tenido que gastarme ni un duro. Además, ha hablado en mi idioma. Algo tenía que decirme Dios».
Cuando la llama se encendió
La respuesta llegó en Cuatro Vientos, durante la vigilia. Belén estaba trabajando como voluntaria. El sábado 20 de agosto, después de una larga jornada bajo el sol, decidió salir a descansar. Pero a las 8 de la tarde, cuando quiso entrar de nuevo para escuchar el discurso, ya habían cerrado las puertas y no dejaban entrar a nadie. A peregrinos de todo el mundo, que se agolpaban en las puertas, les fue negado el acceso, y Belén estaba entre ellos. Cuando ya se resignaba a no escuchar el mensaje del Papa, llegó una voluntaria polaca suplicando al guardia de seguridad que la dejara entrar porque había dejado a sus niños solos dentro, y además tenía una medicación que debía tomar urgentemente. Pero el guardia no entendía inglés, así que Belén se acercó y sirvió de traductora. «Convencí al policía. Nos dejaron pasar a ella y a mí, justo en el momento en el que estaba llegando Benedicto. Ella fue a por la medicina. Y yo me quedé escuchando». Para ella fue una señal: «Cuando era imposible entrar, Dios me metió en la vigilia a través de esta chica polaca y pude escuchar al Papa fenomenal». A diferencia de otras ocasiones, esta vez Belén estaba sola, y pudo prestar atención. «Fue un momento de escuchar a Jesús dentro de mí, que estaba allí conmigo y que me quería. Nunca le había sentido tan intensamente», cuenta. Ese día, algo había cambiado dentro de ella.
El lunes 22 de agosto Kiko Argüello, líder del movimiento católico «Camino neocatecumenal», hizo un encuentro vocacional en la plaza de Cibeles. Belén asistió, temerosa porque quizá se sentiría llamada para ser monja. En este tipo de actos, normalmente Kiko hace una oración colectiva para que Dios encienda la llama de quienes deseen convertirse en misioneras de Cristo, y pide que quienes sean llamados suban a la tarima. Belén tenía miedo: «A mí lo de las monjas siempre me ha parecido una cosa de otro siglo, algo horrible. Pero con todo lo que Dios me había dado esa semana, no podía ser tan egoísta y decirle que no si sentía que me llamaba». Esta vez Kiko pidió que subieran «nuevas misioneras dedicadas a la vida consagrada». Y Belén en ese instante despertó: «Sentí que eso era lo que yo quería hacer con mi vida, se me quitaron el miedo y la vergüenza, salté una valla que tenía delante y subí entre las primeras». El 1 de noviembre se marcha a Etiopía a cumplir su recién descubierto sueño: convertirse en misionera.
A más de 500 kilómetros de distancia, vive otro joven que encontró también su vocación en la JMJ. Jesús Trujillo cumple hoy una semana desde que ingresó en el Seminario Municipal de Sevilla. Hace un año, mientras cursaba el último curso de filología inglesa en la universidad de esa ciudad, ni se lo hubiera planteado. Pero desde septiembre de 2010 empezó a trabajar como voluntario en la Diócesis, en la organización de acogidas de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y esa experiencia lo marcó para siempre. «Fui conociendo a los peregrinos a través de los correos electrónicos que intercambiábamos, me di cuenta de todo el empeño que ponían en conseguir el dinero para venir a España, y la ilusión que tenían. Además, fue muy estimulante porque era la primera vez que podía poner en práctica mi profesión, pues podía hablar y escribir en inglés», relata.
Desde abril, justo después de la Semana Santa, empezó a sentirse atraído por la idea de consagrarse. «Fue mi acercamiento a los voluntarios, y mi trabajo coordinando las acogidas, lo que me dio el empuje», explica. Después hizo un curso de discernimiento y en junio ya tenía la decisión tomada. Ya la propia semana de la JMJ le sirvió de «reafirmación». La experiencia más intensa ocurrió del 11 al 14 de agosto, en los llamados «días de la Diócesis», una actividad previa a la JMJ en la que los peregrinos se reúnen para conocer más de cerca la Diócesis. El último día se juntaron en la plaza del Triunfo más de 5.000 personas para la celebración de la Eucaristía. «Y entonces sentí que la Iglesia estaba viva», relató.
Pequeñas y grandes cosechas
En los confesionarios al aire libre situados en el parque del Retiro también hubo cosechas de fe. Un sacerdote que estuvo allí comentó que en sus 36 años de trayectoria religiosa nunca había «escuchado confesiones como esas». Un voluntario que trabajó en el parque estimulando a la gente al acto de contrición relata que intentó convencer a una señora mayor, pero ella replicaba que «no tenía pecados». Y al día siguiente volvió y lo hizo. Una china turista que paseaba por el lugar salía al día siguiente hacia Roma, y decidió cambiar su vuelo: «Me gustaría conocer al Papa», dijo. Cambios como estos se aprecian pronto, pero las cosechas más grandes llevan más tiempo. A mes y medio de la JMJ, hemos recopilado algunas. En unos meses, o en años, veremos.
ABC
No hay comentarios:
Publicar un comentario